Fue tema de conversación los días pasados, a la vez que portada de los medios y cabecera de los telediarios; la derrota de la campeona del mundo y su prematuro regreso al suelo patrio hicoeron correr ríos de tinta, y de lágrimas para algunos, mientras a los profesionales del balompié les embargaba la tristeza de no ganar esos setecientos veinte mil euros por cabeza que hubiesen obtenido en caso de proclamarse de nuevo campeones y que no pasa de dinero suelto para algunos de ellos, con fichas deporticas que superan los diez millones de euros, publicidad, claro está, aparte. Un hatajo de niños mimados, generalmente escasos de cultura general, conductores habituales de deportivos de muy alta gama, parejas de modelos espectaculares que se ven rodeados de micrófonos domingo tras domingo, ante los que llevan a cabo declaraciones de gran valor y fruto de profundas reflesiones: “El fútbol es así”, “no hay contrario pequeño”, “el rival también sabe jugar” y otras lindezas semejantes que me sorprenden por lo repetitivo de una parte, y la trascendencia que le otorgan los medios, por otra. Si dependiese de Alejandro Pumarino, el problema se solucionaría no acudiendo a los estadios en toda la temporada entrante, ni apoyando las retransmisiones deportivas por televisión, ni adquiriendo la prensa especializada. Al final, todo se reduce al pan y circo de los romanos, hace ya más de dos mil años, poco ha progresado el mundo desde entonces; el dictador fue criticado por acallar lavoz popular con fútbol y toros, tiempos gloriosos en los que “la uno” ofrecía un encuentro a la semana. Se conoce que con la democracia llegó la libertad de poder ver fútbol a diario, que tiene su mérito. Pan y circo, señores, solo pan y circo. Gloria a los gladiadores mientras la tasa de paro sube cada día. Otra vergüenza.