Mariano Rajoy y Rosa Díez son dos de los más destacados diplodocus que sobreviven en la política española desde la Transición. El hoy presidente del Gobierno inició su carrera en 1981 como diputado en el parlamento gallego. La todavía portavoz de UPyD, aun antes, en 1979, como diputada foral de Vizcaya. Rajoy cumple 60 años este próximo viernes, mientras Díez ya supera esa edad (62 años). Para ambos dirigentes, los resultados del pasado domingo en Andalucía no servirán, precisamente, para dar lustre a su currículum. El presidente popular parece estar confiado en ir de derrota en derrota hasta la victoria final, parafraseando a aquel dirigente vietnamita llamado Hồ Chí Minh. La líder de la formación magenta, por su parte, no se resigna a la evidencia: su error, su inmenso error de no llegar a acuerdos con uno de los triunfadores en las autonómicas andaluzas, el catalán Albert Rivera y su emergente Ciudadanos.
Cuestiones ideológicas o programáticas aparte, que las habrá sin duda, intuyo que subyace un considerable componente personal en ese pretendido desamor entre UPyD y Ciudadanos. La imagen de un Rivera joven, directo, discursivo y resuelto contrasta con la de Díez, tan inveterada cuan sobrada, además de encantada de conocerse. Que un valor en alza como Irene Lozano haya decidido romper amarras con la vizcaína evidencia que lo de Andalucía no ha sido más que la gota que ha colmado el vaso de la paciencia de muchos militantes. Porque Rosa Díez, en estos últimos meses, ha preferido mirar hacia otro lado ante la fuga masiva de estos al partido de Rivera, como quienes abandonan un barco a la deriva y mientras, como alguien ha dejado dicho, la orquesta sigue tocando bajo la batuta de la propia Díez y los compases del solista Gorriarán.
Lo triste de todo esto es que en los inmediatos comicios autonómicos y locales, buenos y competentes candidatos de UPyD vayan a pagar los platos rotos. Algunos, neófitos en estas lides aunque suficientemente preparados, y otros, y lo digo con sentida pena, de denodada experiencia a sus espaldas tras una travesía del desierto que el 24 de mayo puede resultar baldía.