Que en España llueve cuando llueve y que, con sólo cuatro gotas o 20 litros, se desbordan las alcantarillas y se inundan garajes y pasos inferiores de las carreteras, es cosa que sabe el más despistado de los ciudadanos, salvo si eres superasí y vas con tu superutilitario de marca prestando atención sólo al móvil y al vuelo de tu melena. Entonces pasa lo que pasa, que te metes de lleno en una charca que no debía de existir pero que podía evitarse si se conduce, especialmente cuando llueve sobre infraestructuras españolas de secano, con moderación y extremando la prudencia. Entonces pasa lo que pasa.
Y pasa que hay quien se cree víctima de las negligencias de los demás y consigue montar el numerito, con el que acapara el cuarto de hora de éxito que todos los supermodernos anhelan desde que Warhol lo anunciara una noche de efluvios etílicos y narcisistas. Pero, sobre todo, cuando la suerte te sonríe, a pesar del infortunio, y te coloca una cámara de televisión grabando la escena. Estonces se aprovecha la ocasión. Porque cuando uno se considera tan superguay de la muerte, no va a consentir mojarse el corpiño y perder la elegancia, alejándose de allí andando y más mojado que una sardina. Mejor seguir representando el espectáculo de rubia indignada y esperar que venga un bombero a salvarte, trasladándote a hombros hasta donde todos aguardan el rescate. Sabías que sería una tontería ahogarse en poco más de un metro de agua y preferiste subirte al techo del coche, tras saltar por la ventana. Aunque ya conocías la profundidad de la charca, porque te pusiste de pie fuera del coche y se te mojaron las botas antes de encaramarte a su tejado, dejaste que el oportuno héroe te socorriera, no en una barca, sino andando. Con lo cual demostraste dos cosas: no sólo que eras super que te cagas, sino también una consentida que se merece que papi le pague otro coche.
Lo que más indigna del suceso es la atención que le prestan los medios, como si fuera noticia que una niña engreída no quiera mojarse el corpiño.