Revista Cultura y Ocio

La ruta de don Quijote

Publicado el 13 junio 2018 por Rubencastillo
La ruta de don Quijote
Leí La ruta de don Quijote cuando apenas tenía veinte años y se me antojó un libro vacío y de prosa insufrible, una roñosa exaltación de la caspa. Ahora, treinta años más tarde, lo releo con el poso que da la madurez y sigo pensando lo mismo. A Azorín se le puede tolerar en pequeñas dosis (dos o tres páginas), pero intentar dedicarle más de media hora de lectura seguida a este volumen se erige en tarea de Hércules. El no decir nada y, lo que resulta peor, decirlo con un infinito aporte de adjetivos, vuelve empalagosamente inaguantable su prosa. “Ya el cronista se siente abrumado, anonadado, exasperado, enervado, desesperado, alucinado por la visión continua, intensa, monótona de los llanos de barbecho, de los llanos de eriazo, de los llanos cubiertos de un verde imperceptible, tenue”. Es el comienzo de un capítulo. “Las calles son anchas, espaciosas, desmesuradas; las casas son bajas, de un olor grisáceo, terroso, cárdeno; mientras escribo estas líneas, el cielo está anubarrado, plomizo; sopla, ruge, brama un vendaval furioso, helado; por las anchas vías desiertas vuelan impetuosas polvaredas; oigo que unas campanas tocan con toques desgarrados, plañideros, a lo lejos”, se lee en el arranque de otro. Y así durante cien páginas.José Ortega y Gasset habló de los “primores de lo vulgar” que se advertían en su prosa, pero tampoco hubiera sido disparate afearle este estilo hablando de la “vulgaridad del primor”. Azorín arroja adjetivos como quien esturrea semillas. A voleo, a manotazos, a ver si alguno cuadra. ¿Constituye esto una obra excelente? Yo creo que no. En ningún sentido. Temáticamente, porque supone un elogio de la pobreza, de la pana, del polvo, de la precariedad (a la que quiere aureolarse, de forma incomprensible, de misticismo). Estilísticamente, porque es una prosa de bombardeo y ñoñería, basada en la hipertrofia de adjetivos, quizá el resultado más burdo, menos elegante y menos trabajado.Puedo disculparle la petulancia de considerarse una especie de Elegido para dejar constancia de aquellos paisajes y aquellas personas (“Yo tengo que realizar una misión sobre la Tierra[…] con estas cuartillas que he de llenar hasta el fin de mis días”, cap.I), pero no la impericia de utilizar medio kilo de azúcar para elaborar una magdalena.O sea, que no, don José. Esta vez no.

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