Revista Arquitectura

La ruta de la artesanía latinoamericana: cómo las comunidades indígenas se insertan en el mercado global

Por Pallares

En octubre abrió sus puertas en la calle Rostand de Carrasco Artesia, un espacio de arte y filantropía que busca tender puentes entre mundos: el de las tradiciones ancestrales y el del diseño contemporáneo. Su propósito es comercializar objetos que permitan visibilizar y prosperar el legado de comunidades indígenas latinoamericanas que han hecho de su herencia artesanal una forma de vida. Cada pieza que habita sus salas combina historia, técnica y memoria, resultado de la curaduría de su fundadora, Gina Vargas de Roemmers, quien concibe el proyecto como un gesto de encuentro entre culturas, oficios y generaciones.

La ruta de la artesanía latinoamericana: cómo las comunidades indígenas se insertan en el mercado global

Boutique Artesia en calle Rostand 1555

En el marco de la inauguración de este nuevo punto cultural montevideano, llegó al país Catalina Guevara Portela, consultora colombiana en desarrollo económico y emprendimiento cultural, especializada en la promoción y comercialización de artesanías tradicionales, con una sólida trayectoria en trabajo territorial. Una vez por mes, visita personalmente comunidades indígenas llevando su formación académica, mirada global y experiencia directa en territorio para acompañarlas en la profesionalización de su trabajo y en fortalecer su independencia económica.

Licenciada en Administración de Empresas, formada en Historia del Arte en la Universidad La Sorbona, con un MBA en Negocios Internacionales y un máster en E-commerce y Marketing Digital, Guevara Portela fue durante años directora del Área de Internacionalización de Artesanías de Colombia, una entidad gubernamental que desde hace más de cinco décadas protege y promueve los oficios tradicionales del país. Actualmente colabora con la Fundación Promigas, liderando el programa Tejiendo Progreso, una iniciativa que impulsa el desarrollo sostenible y económico de las comunidades wayuu de La Guajira.

La ruta de la artesanía latinoamericana: cómo las comunidades indígenas se insertan en el mercado global

Catalina Guevara Portela

Su presencia en Montevideo abre la puerta a una conversación necesaria sobre el sentido profundo del oficio artesanal: cómo se preservan los saberes ancestrales, cómo se equilibra la tradición con la innovación, de qué manera se construye sostenibilidad económica sin perder autenticidad, y qué rol cumplen las articulaciones entre lo público y lo privado en ese proceso. Sus reflexiones invitan a mirar más allá del objeto hacia las manos que lo crean, las historias que lo sostienen y los sistemas que lo hacen posible, recordando que detrás de cada pieza artesanal late una red de saberes, vínculos y valores que trasciende el mercado y nos devuelve, en última instancia, a la humanidad del hacer.

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La ruta de la artesanía latinoamericana: cómo las comunidades indígenas se insertan en el mercado global

¿Cómo se dio tu primer acercamiento al universo de las artesanías?

La verdad fue una casualidad. Viví en París durante doce años y, al regresar a Colombia, comencé a pensar en dónde podría emplearme. En esa búsqueda encontré una oportunidad interesante en Artesanías de Colombia, una entidad del gobierno que desde hace más de cincuenta años trabaja en la preservación de los oficios artesanales y en el rescate de las tradiciones culturales indígenas del país. Me postulé y quedé. Así fue como entré en este mundo: me enamoré de lo que hacen los artesanos, de las fibras naturales, de la paciencia que exige el trabajo manual. Empecé a admirar profundamente lo que se logra con las manos. Trabajé seis años en Artesanías de Colombia y, desde hace dos, estoy vinculada a una ONG que impulsa proyectos de desarrollo sostenible y económico junto a comunidades indígenas del norte del país, en La Guajira.

¿Creés que el gobierno ha conseguido desarrollar una estrategia sólida para posicionarlas como parte de la identidad y la marca país?

Sin dudas. Artesanías de Colombia es una institución con un propósito muy claro y lo cumple de manera ejemplar. Representa al país a nivel internacional. Hemos participado en Maison & Objet en París, en la Bienal de París, en Homi en Milán y en ferias de Frankfurt. Gracias a esta entidad, las artesanías colombianas han tenido una presencia destacada en el mundo. Recientemente, estuvieron también en Tokio y Qatar, mostrando la riqueza y la diversidad de nuestros oficios tradicionales.

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Jarrón confeccionado en palma de werregue. Por sus dimensiones, lleva cerca de un año de realización.

¿Esa entidad depende del gobierno?

Sí, es una entidad de economía mixta; un 90% es estatal y el 10% pertenece a la Federación Nacional de Cafeteros, a través de Juan Valdez.

¿Han logrado identificar y registrar a las comunidades indígenas que elaboran estas artesanías? ¿O ese trabajo aún continúa en desarrollo?

Ese trabajo se realizó hace ya varias décadas. Desde hace unos 50 años se tienen mapeados los oficios y las comunidades que los practican. En la actualidad, el foco está más bien en el mercadeo y la comercialización, porque el know-how ellos ya lo tienen. Lo que se viene haciendo ahora es trabajar en procesos de innovación, incorporando técnicas contemporáneas a los productos tradicionales para ampliar su proyección y competitividad.

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Mochilas realizadas a mano por la comunidad Wayuu de La Guajira colombiana que suelen llevar entre uno y dos meses de realización.

En el caso de Artesia, ¿cómo surgió la propuesta de sumarte al proyecto? ¿Es tu primera experiencia llevando artesanías a mercados internacionales?

Ya tenía experiencia previa. Cuando trabajé en Artesanías de Colombia, fui directora de Negocios Internacionales, así que había tenido contacto con Japón, Corea, Europa y distintos países de Latinoamérica. Me vinculé con Artesia hace un año; desde entonces comenzamos junto a Gina el trabajo de curaduría de productos, piezas y oficios que queríamos traer desde Colombia a Uruguay. La conexión se dio gracias a Paola Carpintero, project manager de este proyecto maravilloso. Nos conocemos desde muy pequeñas, y fue ella quien le comentó a Gina que podía contactarme, porque tenía una trayectoria de muchos años en el trabajo territorial con comunidades artesanales en Colombia.

¿Tenés una cartera de clientes propia o esta es la primera vez que desarrollás un proyecto para un particular?

Sí, gracias al trabajo que hice en Artesanías de Colombia, muchos clientes con los que trabajé allí me buscan para asesorarlos. Tengo contacto con la mayoría de los oficios y artesanos de todo el país, así que acompaño a empresas que quieren iniciar este camino, guiándolas en la selección de piezas y oficios artesanales, y en todo el proceso de acercamiento a las comunidades.

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El bowl de lágrimas, confeccionado en palma de werregue y cobre, es una pieza tejida por la comunidad Wounaan del Chocó colombiano. Su diseño de lágrimas encarna el fluir del tiempo y la memoria.

En cada caso, ¿cómo se determina el valor de esas piezas artesanales? Es decir, ¿quién establece el precio: el artesano, vos como asesora o el comprador?

Parte de mi labor con ellos, como consultora, consiste precisamente en asesorarlos en la fijación de precios, porque muchas veces trabajan a pérdida al no saber cómo costear correctamente sus productos. Por eso se organizan talleres de costos, donde aprenden a distinguir entre costos fijos y variables, a calcular la materia prima, la mano de obra y el tiempo que invierten en cada pieza. Se les enseña, por ejemplo, a pesar los materiales, registrar cuánta materia prima utilizan y cuánto tiempo les demanda cada proceso, de modo que puedan establecer un margen real de utilidad. También se los orienta en la diferenciación de precios al por mayor y al detalle, y en cuántas unidades pueden ofrecer un valor preferencial. Todo esto, siempre bajo los principios del comercio justo, para garantizar que reciban el pago que realmente corresponde al valor de su trabajo.

¿Esa capacitación se dirige principalmente a los líderes indígenas para que luego transmitan el conocimiento al resto de la comunidad o cómo identificás a las personas con las que vas a trabajar en esos procesos de acompañamiento?

Normalmente, cuando llego a las comunidades indígenas, realizo un taller que llamo “laboratorio de ventas”, donde observo y evalúo las distintas habilidades dentro del grupo. Ahí identifico los roles naturales: quién tiene más facilidad para comunicarse, porque suelen ser muy tímidos, quién se anima a vender, quién tiene aptitudes para manejar la tecnología o puede aprender a usar Excel para llenar inventarios. A partir de eso, comienzo a distribuir responsabilidades dentro de la comunidad. Es un trabajo arduo, pero fundamental, porque apunta al empoderamiento de cada integrante para que puedan desempeñar sus funciones de manera autónoma y sostenible.

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El líder indígena Arsenio Moya, maestro artesano del pueblo indígena Wounaan, en su visita a Uruguay.

De cierto modo, para el mundo occidental, estos oficios suelen permanecer algo ocultos o al menos lejanos.

Sí, es completamente cierto. Pero siento que estamos en un momento en el que la humanidad está dando un giro, volviendo la mirada hacia lo esencial. Hubo una época, hace algunos años, en la que la producción masiva, sobre todo desde China, inundó el mercado con productos extremadamente económicos, y eso afectó mucho el trabajo artesanal. Se perdió el valor de lo hecho a mano. Sin embargo, creo que hoy hay un regreso consciente: las personas están reconectando con lo auténtico, con lo que tiene un sentido y una historia detrás. Lo artesanal volvió a despertar interés, porque cada pieza transmite una identidad y una memoria colectiva. Siento que estamos reencontrándonos con la esencia de esos objetos y con la humanidad que hay detrás de ellos.

¿Qué diferencial tiene la artesanía versus esos productos no manufacturados que mencionás?

El storytelling detrás de cada pieza. Ese producto está hecho realmente a mano y lleva tradiciones e historias detrás. Por ejemplo, en la inauguración de Artesia nos visitó Kayla Cotes, líder de una de las comunidades indígenas con las que trabaja en La Guajira. Ella es la cara comercial, pero detrás hay 200 artesanas, y si se multiplican por sus familias, el impacto social es enorme.

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Lámpara confeccionada a mano por una tribu africana. Los portalámparas son botellas de Coca-Cola, y la forma sinuosa del tejido representa una vista cenital de la aldea.

Justamente Keyla mencionó que los productos de su comunidad tienen una marca registrada en cuanto a los patrones, una especie de protección para evitar la copia por parte de otros mercados. ¿Cómo se articula eso para que realmente funcione?

Sí, eso existe en Colombia y se llama denominación de origen. Es un sistema que reconoce y protege ciertos productos vinculados a un territorio específico, garantizando su autenticidad y evitando que sean copiados o reproducidos sin autorización. Este modelo también se trabaja en México y en Perú, y ha sido una herramienta clave para salvaguardar la identidad de las comunidades y el valor cultural de sus creaciones. Actualmente tenemos, si no estoy mal, unos 15 productos autóctonos colombianos con denominación de origen. Este sistema lo que hace es protegerlos ante la ley internacional frente a la copia o la imitación. Ya hemos tenido casos concretos; hace unos cinco años, por ejemplo, llegaron desde China cuatro contenedores repletos de sombreros fabricados en cartón, que se vendían a 50 centavos de dólar. Gracias a las denominaciones de origen y a la legislación internacional, se logró decomisar esos contenedores e impedir su comercialización. Este mismo modelo se aplica México y Perú, donde las denominaciones se van tramitando progresivamente, porque es la única forma de ofrecer una protección legal efectiva a los productos y a las comunidades que los elaboran.

¿Qué tan importante es que estas iniciativas tengan una pata en el sector privado y otra en la gestión pública?

Fundamental, porque esta articulación permite que los proyectos tengan un alcance mucho mayor. Por un lado, el sector privado aporta recursos y capacidad de inversión; un ejemplo claro es Promigas, que extrae gas en la Guajira y otros territorios de Colombia y creó la Fundación Promigas para devolverle algo a las comunidades donde opera. Por otro lado, la gestión pública aporta conocimiento del territorio, políticas de preservación cultural y respaldo institucional. Gracias a esta combinación se pueden desarrollar iniciativas que apoyan y fortalecen a las comunidades, con formación en habilidades técnicas, marketing, comercialización y nuevas tecnologías, asegurando que los proyectos sean sostenibles y tengan un impacto real.


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