Revista Diario
Existe un departamento llamado Ahuachapán, y en su región norte hay una serie de pueblitos de ensueño perfectamente situados entre las montañas, donde uno respira aire puro y se olvida de que existe San Salvador. Este fin de semana estuve allí con Brenda, paseando y conociendo. Casitas de colores con techos de teja, dibujos en las paredes y gente amable y sonriente que te saluda al pasar. La ruta la hicimos en autobús, dos asientos corridos a cada lado del pasillo y el conductor gritaba "topense hacia el lado, tres y dos, tres y dos!!". Finalmente llegamos hasta Juayua, donde almorzamos en la feria de gastronomía que montan los fines de semana, bebimos chicha artesanal y horchata de maní. Compramos algunas artesanías y salimos para Ataco, donde nos quedamos a dormir, un pueblito decorado al máximo con dibujos que narran historias, y aunque el cielo se tapó y empezó a pringar, como dicen acá, pudimos disfrutarlo con unos paseos mojados y una cena a base de la mejor sopa de tomate que jamás probé, una maravilla. Al día siguiente visitamos Tacuba y Apaneca, pueblos cafeteros por excelencia, cuyos cerros son cuadriculados, como podrán ver en la fotografía adjunta. Ese mismo domingo fuimos a cenar en familia los de la casa porque Anita, nuestra compañera italiana ya se marchó hoy en la mañana...ahora somos solo Massimo y yo, que pasamos las horas jugando a las damas chinas.