(En este post se han alternado fotografías tomadas con el móvil y la cámara reflex)
El nombre de Hiroshima siempre estará ligado a la fatídica fecha del 6 de Agosto de 1945, cuando la ciudad fue víctima del primer ataque con bomba atómica de la historia.
69 años después, la ciudad costeña del sur de Japón, permanece impasible como testigo silenciosa de un pasado del que jamás podrá desprenderse, lo cierto es que esta ciudad, reconstruída de sus cenizas con zonas arboladas y amplios bulevares no deja de ser una ciudad gris, cuyas moles de cemento sobresalen en una extensa urbe de millón y medio de habitantes.
Posiblemente sea el lugar que más me decepcionó de la ruta nipona, tampoco esperaba demasiado de una ciudad que tampoco ofrece demasiados estímulos más allá del Parque Conmemorativo de la Paz y de su tradicional castillo medieval. Tal vez en mi cabeza, me imaginaba una especie de imponente "National Mall" como el de Washington D.C.
Lo cierto, es que ya sólo por visitar el mencionado parque y la Cúpula de la bomba atómica, merece la pena acercarse por esta ciudad y pernoctar una noche combinándolo con la cercana isla de Miyajima de la que hablaremos en el próximo post.
Llegamos en un tradicional tranvía al parque y nuestra primera visión es la de la Cúpula de la Bomba Atómica, quizá el recuerdo más descarnado de la destrucción que asoló Hiroshima.
El edificio (o lo que queda de él) de 1915, albergó un Pabellón de fomento de la Industria hasta que la bomba cayó sobre él. Murieron todos los que estaban en su interior pero el edificio, fue uno de los pocos que quedaron en pie en las cercanías del epicentro.
Tras la guerra se decidió conservar la estructura como monumento conmemorativo y declarado Patrimonio de la Humanidad. Las ruinas apuntaladas del edificio, se han convertido en un símbolo de la ciudad.
Una garza blanca se posa sobre el esqueleto de la cúpula
Continuamos paseando por el Parque Conmemorativo y nos encontramos con diferentes monumentos en homenaje a las víctimas como el Monumento a la Paz de los Niños, Cenotafio a las víctimas y la Llama de la Paz, una llama que se apagará sólo cuando se haya destruído la última arma nuclear sobre la Tierra.
Cenotafio a las víctimas
Monumento a la Paz de los Niños
El punto final a la visita del parque es la parte más dura del recorrido, es hora de documentarse más profundamente en el Museo de la Paz. La visita supone más bien un paseo por el Museo de los Horrores.
El museo no escatima en información, acoge una deprimente muestra de armas aún más destructivas creadas por el hombre, salas con objetos recuperados tras la explosión. La muestra es realmente dura (prendas hechas añicos, vasos y tarteras derretidas, un triciclo carbonizado) Para rematar la faena, también exhiben unos maniquíes que imitan como quedaron muchas de las víctimas, con su piel colgando hecha jirones y fotografías impactantes de las víctimas, incluso uñas negras larguísimas que crecían horizontalmente fruto de las mutaciones por la radiación. En definitiva una gozada para los fans del gore extremo.
Maqueta de Hiroshima tras la explosión, la esfera roja es el punto exacto donde explotó la bomba Little Boy.
Botella de cristal fundida por el calor de la explosión
No sé, mi opinión personal es que el museo es demasiado explícito en mostrarnos sin tapujos todo lo sucedido. Ví incluso llorar a una norteamericana. Dicho esto, es una visita obligada para hacernos a la idea del horror que producieron los estadounidenses con su little boy, arrasando una ciudad entera y segando la vida de más de 140.000 personas.
Little Boy
Dibujo realizado por uno de los niños supervivientes
La visita por el Parque y Museo de la Paz de Hiroshima tan sólo nos llevó medio día, decidimos cambiar de planes, adelantaríamos nuestra visita a la isla de Miyajima, y así precipitar nuestro regreso a Tokio al día siguiente por la mañana.
Se acercaba ya la recta final de nuestra Ruta Nipona.
Enviar por correo electrónicoEscribe un blogCompartir con TwitterCompartir con Facebook