La rutina. Texto: José Antonio Garriga Vela. Diario Sur – 06.02.2011.
Siempre he procurado escapar de la rutina. No hay nada peor que hacer casi todos los días lo mismo. La rutina mata la imaginación. Hace años, cada vez que descubría que me estaba adaptando demasiado a las circunstancias cambiaba radicalmente de manera de vivir. No me permitía ningún tipo de sumisión al fantasma de la rutina. Me he mudado diecinueve veces de casa y he procurado viajar lo máximo posible con el fin de alejarme de mi mundo particular y observarme con perspectiva desde la distancia. Me atrae la distancia. Estar fuera. Pero el mundo se vuelve pequeño y doméstico a medida que pasan los años. La aventura de viajar se ha convertido en algo tan vulgar como ir al cine. Se acabaron los pioneros. Ya todo está descubierto y hay colas de turistas listos para fotografiar el último vestigio de un universo perdido. Lo único que se me ocurre es visitar las antípodas, pero estoy seguro de que allí me encontraría con algún tipo como yo y acabaría maldiciendo el día que tomé la decisión. No me refiero a las antípodas geográficas sino personales. Ir allí donde no haya nada que evoque mi propio pasado. Mi educación. Los cimientos de mi vida.
Suelo viajar en febrero a cualquier país lejano. Otra rutina. Sin embargo, no creo que vaya a ningún sitio este mes. He mirado el mapamundi. Le he dado vueltas y más vueltas al mapamundi y a mi cabeza. Al final, nada me ha atraído con la suficiente fuerza como para decidirme a hacer la maleta. Temo que lo que yo busco haya desaparecido. El mundo entero se ha convertido en un parque temático. La única salida posible consiste en escapar sin moverse del cuarto en el que estamos encerrados. El único boicot a la rutina es ausentarnos mentalmente del lugar en el que estamos. Si todos los empleados estuvieran en la inopia mientras trabajan seguramente se acabarían cerrando todas las empresas. Eso desembocaría en una auténtica crisis. Pero la rutina es poderosa y nos obliga a funcionar. La maldita rutina de tener que comer, dormir, cuidar de las personas que queremos y mantener una vida discretamente cómoda. Me he propuesto ir paulatinamente reduciendo las necesidades hasta convertirme en puro espíritu y nada más.
Lo peor de todo es la rutina de la muerte de la que nadie se libra. Me gustaría ser una excepción, pero resulta muy complicado. Yo diría que imposible. Hay costumbres que matan y la costumbre de la muerte es la más sanguinaria. Ahora dedico todo mi tiempo a tratar de superarla. Pero, ¿cómo se consigue la inmortalidad? Y además, suponiendo que lo consiguiera y rompiese con la rutina de la muerte, ¿qué haría para distraerme durante tantos siglos y siglos sin caer en la rutina?
En Algún Día│José Antonio Garriga Vela.