Revista Psicología

La sabiduría de Huckleberry Finn

Por Gonzalo


Establecer reglas nos proporciona un poderoso mecanismo para cambiar lo que hacemos y adaptarlo a las nuevas circunstancias, pero nuestras asunciones empáticas básicas sobre el bien y el daño gobiernan esos cambios y nos protegen del relativismo moral.

Del mismo modo, las asunciones básicas del aprendizaje nos permiten realizar cambios radicales en nuestras teorías del mundo, pero nos protegen del relativismo del conocimiento. Elegimos teorías que conducen a buenas predicciones, o reglas que conducen a buenos resultados. Eso nos permite  elaborar clases de teorías y reglas radicalmente nuevas sin decir que todo vale.

La sabiduría de Huckleberry Finn

En ambos casos, por supuesto, hay un amplio espacio para el debate. Calcular qué es un buen resultado no es más fácil que calcular qué es una buena predicción. El daño y la ayuda no son sencillos.

Las personas pueden desear cosas que son malas para ellas a largo plazo, o pueden parecer felices porque no se dan cuenta de que una vida mejor es posible. Pero, en el fondo, confiamos en los principios generales que ya están incluso en los bebés muy pequeños.

Incluso los niños de dos años tienen un entendimiento empático inmediato, intuitivo y emocional, arraigado en interacciones íntimas. También entienden que deberían observar las normas, pero que esas normas pueden ser cambiadas.

La moral, como todo lo demás que sea humano, está profundamente arraigada en nuestra historia evolutiva, pero el rasgo más importante de esa historia evolutiva es que nos permite reflejarnos en nuestras propias acciones y cambiarlas.

Las normas nos posibilitan realizar conductas coordinadas complejas; nos permiten ayudar a otras personas de formas nuevas y eficaces. Sin embargo, la empatía íntima, emocional, es una fuerza que puede modificar las reglas más consolidadas. Si descubrimos que una norma conduce al daño y no al bien, podemos rechazar esa norma.

Eso es especialmente cierto si experimentamos ese daño en la forma íntima e intensa que procede de la interacción cara a cara con una persona real en la vida real.

A menudo, un regreso a la íntima empatía de la infancia -ese sentido inmediato de cómo se sienten otras personas- puede resultar la manera más poderosa de cambiar lo que la gente hace. Por ejemplo, deshumanizamos a la gente del grupo excluido, la que no es como nosotros. Este impulso está muy arraigado y es muy difícil de anular completamente.

Una de las mejores formas de cambiarlo es hacernos amigos del grupo excluido, para reconocer que esas personas  en realidad son como yo. Las historias individuales constituyen poderosos agentes de cambio moral, frecuentemente más poderoso que los argumentos racionales.

Una de las más grandes historias de la literatura trata de cómo la empatía cambia las reglas. Y es la historia de un niño. Huckleberry Finn solo tiene trece años cuando huye de su padre maltratador y se une a Jim, un esclavo fugitivo, a bordo de una balsa por el río Misisipi.

Huck conoce las normas de la esclavitud, normas que tienen toda la fuerza de la tradición, la autoridad, la ley y la religión. Sabe que esas reglas dicen que proteger a un esclavo fugitivo es un robo mayúsculo. Sabe que la gente que quebranta esa normas está condenada al infierno.

Pero también conoce a Jim y lo conoce íntimamente, cara a cara, con la intimidad de la primera infancia. De hecho, Jim, a diferencia de su verdadero padre, ha sido el cuidador de Huck. En un momento crucial de la novela, Huck tiene que decidir si entregar a Jim a las autoridades:

Me sentía lleno de dificultades, lleno hasta no poder más; y no sabía qué hacer. Por fin, se me ocurrió una idea, y me dije: “Voy a escribir la carta y luego veré si puedo rezar”. Fue asombroso cómo enseguida me sentí tan ligero como una pluma, y todas mis dificultades desaparecieron. Así que saqué un papel y un lápiz, ya contento y animado, y me senté y escribí:

“Señorita Watson: Su negro fugitivo Jim está a dos millas río abajo de Pikesville, y el señor Phelps lo tiene y lo entregará a cambio de la recompensa si usted la manda”. Huck Finn.

Por primera vez en mi vida me sentía bueno y límpio de pecado, y sabía que ahora podía rezar. Pero no lo hice enseguida, sino que dejé el papel a un lado y me quedé allí pensando…, pensando en lo bueno que resultaba que todo hubiera ocurrido así, y en lo cerca que había estado de perderme e ir al infierno.

Y seguía pensando. Y comencé a recordar nuestro viaje río abajo; y veía a Jim delante de mí todo el tiempo: de día y de noche, a veces a la luz de la luna, a veces en tormentas; y veía cómo íbamos flotando río adelante, hablando y cantando y riéndonos. Pero, por alguna razón, no podía encontrar nada que endureciera mi corazón en contra de él, sino solo esa otra clase de cosas.

Le veía cuando, en vez de llamarme, hacía Jim mi guardia además de la suya, para que yo pudiera seguir durmiendo; y le veía tan contento cuando volví esa noche de niebla; y cuando le encontré otra vez en el pantano, allá arriba donde ocurrió la venganza entre familas; y lo recordaba de otras veces semejantes; y veía como siempre me llamaba y me mimaba y hacía por mí todo cuanto podía, y lo bueno que era siempre; y por fin recordé la vez aquella en la que le salvé diciendo a los hombres que teníamos la viruela a bordo de la balsa, y recordé cuando él estaba tan agradecido y dijo que yo era el mejor amigo que el viejo Jim habia tenido, y el único que tenía entonces; y solamente luego por casualidad miré a mi alrededor y encontré el papel escrito.

Estaba en un buen aprieto. Cogí el papel, y lo sostuve en la mano. Temblaba, porque tenía que decidir, para siempre, entre dos cosas; y lo sabía. Estudié un minuto, conteniendo la respiración, y luego me dije a mí mismo:

-Muy bien, entonces, iré al infierno – y rompí el papel.

Fuente:  EL FILÓSOFO ENTRE PAÑALES  (Alison Gopnik)  y  LAS AVENTURAS DE HUCKLEBERRY FINN (Mark Twain)



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