Crédito: Vicente Martí
Las
cuotas de la medicina prepaga llegan este mes con una suba de 4%. Si ese
incremento se suma a los que se acumularon desde 2012 -es decir, desde que se
puso en vigencia el mecanismo de autorizaciones dadas por el Gobierno dispuesto
por ley-, resulta que los planes se encarecieron un 382%.
Aun
con el esfuerzo que eso significa para los bolsillos de los afiliados, los
directivos del sector insisten -en encuentros que mantienen desde el mes pasado
con funcionarios del Gobierno- con advertencias que son ya de largo plazo,
respecto del impacto en el gasto que provocan factores como las nuevas
tecnologías y medicamentos de alto costo, los amparos que ordenan dar
coberturas muchas veces sin previsión, y la incorporación de obligaciones por
la vía de leyes que no consideraron el financiamiento.
Existe, en rigor, una tendencia global a una inflación mayor en
los servicios de salud que en la economía en general. "Hay varias
transiciones que determinan la inflación en la salud; la primera es el propio
éxito del sistema en hacer que la gente viva más y deje de enfermarse por
causas fácilmente evitables -afirma Federico Tobar, sanitarista argentino, asesor
regional del Fondo de Población de Naciones Unidas-. La segunda transición es
poblacional, porque por factores demográficos y migratorios se incrementan las
demandas de salud; la tercera es la tecnológica y se da porque cada vez hay más
respuestas a síntomas y enfermedades con innovaciones que son caras, y la
cuarta transición es cultural: se vincula a una reducción del umbral del dolor
tolerable y a la mercantilización de los cuidados y a entenderlos como un bien
de consumo".
En la Argentina, a esos aspectos se suman la elevada inflación
general y el impacto de las devaluaciones (por insumos con costos dolarizados).
Según la crítica de no pocos referentes del sector, algo que
agrava la situación local es que el tema no fue considerado en los últimos años
como estratégico para la política. Los efectos de una medicina que se encarece
no solo impactan en el sector privado, sino también en las obras sociales y en
el sistema público. De hecho, se advierte que la respuesta a cómo se lograrán y
se administrarán los recursos en un entorno de costos siempre crecientes debe
darse desde una estrategia integrada, que abarque a toda la población y que
tenga al Estado asumiéndose a sí mismo como garante principal de la atención.
El registro de amparos que abrió la Superintendencia de Servicios
de Salud, revela que solo las obras sociales tuvieron 3200 reclamos en 2017 (no
hay datos de las prepagas). Y la mayoría, según las autoridades, fue por
prestaciones de alto costo no cubiertas (en las que pacientes y familiares
ponen esperanzas). Un reciente caso en Córdoba es mirado con interés por las
empresas: un fallo dispuso que se cubra una medicación muy costosa ($19
millones), pero ordenó al Estado pagar el 90% y a la prepaga, el 10%.
El debate de fondo sobre cómo hacer frente de manera inclusiva y
equitativa a los costos de la salud, parece siempre postergado. Hay algunas
cuestiones ahora volcadas sobre la mesa, como la revisión del Plan Médico
Obligatorio (PMO), la habilitación de planes de cobertura parcial y la
implementación de coseguros (pagos de bolsillo por consulta).
A eso se suma la creación de una agencia evaluadora de
tecnologías, que se exprese respecto de si corresponden o no ciertas coberturas
(como voz no vinculante). El Gobierno ya propuso crear esta agencia, pero
incluyó el punto en la reforma laboral, y ahora está a las espera de una nueva
definición política.Y hay quienes recomiendan políticas como la de un seguro
para cubrir de manera universal las enfermedades de alto costo, mirando
experiencias como la de Uruguay.
Según fuentes de la superintendencia del área, hay un grupo de
trabajo integrado por ese organismo, el Ministerio de Salud y las prepagas, que
hoy revisa aspectos de la ley 26.682, aprobada en 2011 bajo el rechazo de las
entidades. De los encuentros podrían surgir medidas que apunten a las
reglamentaciones de esa normativa, o bien algún cambio más de fondo, con
impacto sobre un sector que tiene unos 6 millones de afiliados (se estima que
1,5 millones están por contratos directos y el resto, por triangulación de los
aportes a las obras sociales).
