El miedo y la abstención han sido los grandes protagonistas del 26 de junio, una jornada que ha terminado con la victoria de un partido marcado por la corrupción y con una fragmentación del poder que, unida a la falta de generosidad y solvencia de los políticos, puede provocar unas terceras elecciones, que convertirían a España en el hazmereir del mundo. Los resultados de las elecciones en España no representan solución alguna a sus problemas. Tras la cita con las urnas, los dramas y carencias del país siguen vivos: los votos han premiado a un partido que ha demostrado ser campeón de la corrupción y que ni siquiera se plentea solucionar los verdaderos desastres españoles: el tamaño insostenible del Estado, la injusticia reinante, la falta de democracia, el endeudamiento sin control, el despilfarro, la ausencia de separación de poderes, la arrogancia, la marginación de los ciudadanos, la desigualdad, la pésima distribución de la riqueza y la corrupción misma, que campea a sus anchas por las tierras de España. Antes de sumergirnos en la vergüenza de unas terceras y hasta unas cuartas elecciones, es el jefe del Estado, interpretando el sentir del pueblo, el que debe dar el paso hacia un gobierno limpio, que esté fuera del sistema de partidos. Los partidos deben previamente haber sentido el rechazo popular y el miedo a la ira del pueblo indignado. Los jueces deben ayudar el proceso encarcelando corruptos por centenares y los periodistas, que son los peores cómplices del poder, deben romper su alianza vergonzosa con la clase política, dejar de hablar de esa democracia española que no existe y comenzar a decir la gran verdad de que España está siendo gobernada por demasiados rufianes y corruptos sin grandeza ni decoro, todos ellos incrustados en los partidos y dueños del Estado. En Italia se produjo la voladura del sistema corrupto de partidos y la llegada al poder de un gobierno de técnicos ¿Por qué no en España, donde la corrupción y la indecencia de los políticos y del sistema es todavía peor? ---
Las cosas están tan podridas y degeneradas en España que las elecciones ya no arreglan nada. Cualquiera que las hubiera ganado habría representado un grave riesgo para el país. Un corrupto sucederá a otro corrupto porque los partidos y el mismo sistema están podridos y degenerados. La solución de España no puede provenir de los partidos, que son el problema, sino de una actitud de rebeldía ciudadana que desarbole el actual sistema y le prive de sus tres grandes apoyos, que son los jueces, los periodistas y las fuerzas de seguridad.
España necesita un terremoto que la regenere porque todos los caminos actuales del sistema no tienen salida. España vive en un bucle terrible: ciudadanos sin ilusión, políticos sin altura, moral desaparecida, ausencia de democracia y un deterioro tan brutal de los políticos, los partidos y las instituciones que, aunque no se admita públicamente, todos sabemos que el mal de España no tiene cura, salvo que se hagan trasplantes de emergencia y se sustituyan los actuales políticos por otros que sean demócratas y decentes.
El terremoto que España necesita no es una utopía irrealizable porque ya se produjo el Italia, donde los partidos corrompidos fueron precintados y desaparecieron, siendo sustituidos por otros de distinta factura, mientras el mismo Estado y la ciudadanía se renovaban.
El problema de España es que los partidos, aunque estén podridos y sean rechazados por buena parte de la sociedad, conservan demasiado poder y muchos votantes tan fanatizado se inconscientes que votan a sus propios verdugos.
Salvo que la presión popular sea tan masiva e intensa que meta miedo a los políticos, el sistema va a resistir décadas porque está muy bien guardado por policías, jueces y periodistas, que son los verdaderos defensores de la falsa democracia. En Italia, los jueces tomaron la iniciativa de la regeneración y arrastraron a la prensa, las fuerzas del orden y a los ciudadanos, lo que provocó el terremoto libertador.
El único camino para la regeneración española no pasa por las urnas, sino por la protesta masiva de los ciudadanos y por un rey que tome conciencia del desastre y tenga el valor de empujar el sistema para que termine de caerse y se abran las compuertas de la necesaria regeneración.
Francisco Rubiales