Por Patricia Barba Ávila
La difusión masiva, cotidiana y apabullante de cientos de calamidades, crímenes, torturas con lujo de detalles…
Apenas estábamos saliendo del estupor generado por la masacre del Casino Royal cuando otra barbarie llegó a nuestros oídos: el brutal asesinato de Marcela Yarce Viveros y Rocío González Trápaga, periodistas de Contralínea, en una macabra y fríamente calculada sucesión de atrocidades perpetradas contra diversos sectores de la población como parte de una estrategia encaminada no sólo a llenar de terror la conciencia de millones de ciudadan@s, sino de saturar la mente y, con ello, aniquilar cualquier posibilidad de centrarse en temas cuyo análisis es obligado… y es que eso es justamente lo que NO quieren: que se llegue al fondo del por qué de actos delincuenciales que horrorizarían al mismo Calígula.
Y es precisamente porque experimentamos un dolor profundo hacia todos los seres humanos que han perdido la vida víctimas de este escalamiento de la violencia, por lo que caemos presas de un apabullamiento que nos aleja irremediablemente del meollo o de los muchos meollos del actual estado de cosas en el que cada vez más crece la ira y, paralela a ella, la sensación de impotencia y de agobio ante la interminable serie de calamidades: de eso se trata, porque no sólo el miedo, la miseria, la distorsión mediocrática, las interminables jornadas laborales, paralizan… también obnubila el entendimiento la interminable retahíla de “noticias” entregadas al público con lujo de detalles dantescos.
Desde tiempos inmemoriales, los que se han apoderado de los medios de subsistencia de enormes conglomerados humanos, llámense reyes, tlatoanis, emperadores, papas, sumos sacerdotes, mega-empresarios, han empleado tácticas de aniquilamiento físico y mental para eliminar todo obstáculo para sus intereses: el hambre, la religión y el circo farandulesco siguen siendo las herramientas de control más socorridas desde los emperadores romanos, pasando por el Medioevo, la Revolución Industrial y el imperio del mercado (neoliberalismo), que han encontrado en el humanismo y la inteligencia de grandes hombres y mujeres, a los enemigos que hay que silenciar a toda costa: Hipatia de Alejandría, Jesucristo, Giordano Bruno, Baruch Spinoza, Simone de Beauvoir, Percy Bysshe Shelley, Rosa Luxemburgo, Ayn Rand, José Saramago, por nombrar sólo algun@s.
El alejamiento del ciudadano común de los programas culturales o de análisis profundo debe entenderse, por otra parte, como resultado de un ininterrumpido golpeteo mediático que lo mismo busca la aversión del público hacia la política -entendida ésta como el involucramiento de la sociedad en las decisiones que le afectan- como su preferencia por estaciones radiofónicas o canales televisivos que exhiben espectáculos tan estultos como ofensivos de la inteligencia y esas son las dos “sopas” que se le presentan a una audiencia sometida a este permanente lavado de cerebro. Y aparejado con lo anterior, podemos atestiguar los incontables episodios de series en las que el gusto por la ciencia y la cultura es motivo de burla y escarnio mientras se aplaude a aquellos que presumen su ignorancia como si fuese razón para enorgullecerse. De eso se trata también, de satanizar el conocimiento y ensalzar la estupidez y la superficialidad.
Y no es que no debamos tener la humildad de reconocer que hay temas que no conocemos, nada de eso, sino de no confundir la humildad con un aberrante enorgullecimiento por ser ignorante. Richard Dawkins lo atribuye a la actitud defensiva de aquellos que sintiéndose incómodos por lo aparentemente complicado de ciencias como la física, las matemáticas, optan por declarar, ufanos, que “eso es para aburridos nerds que no saben cómo divertirse”… al fin y al cabo esto es más sencillo que ocuparse de entender, de penetrar en el exquisito y liberador conocimiento de nosotros mismos y de nuestro entorno. Y así podemos percatarnos de la misma táctica manipuladora en otros ámbitos como el feminismo a ultranza -en el que deforman el lenguaje y llaman “presidenta” a una mujer como si esto fuera muestra suficiente de respeto-; defensa de los derechos humanos -que se traduce en pedir incesante e infructuosamente, que los sociópatas se vuelvan buenos-; protección del medio ambiente -que se limita a la siembra esporádica de arbolitos-; distorsionando así banderas y aspiraciones que caben perfectamente en la lucha global por la emancipación del ser humano a través de una educación integral, humanista y libre de dogmas. Por supuesto que esto queda descartado por aquellos que diseñan el cómo “educar”, cómo “informar”, cómo “pensar”, cómo “percibir e interpretar”, con el fin de atomizar, nembutalizar, debilitar a amplios sectores sociales que son usados y desechados sin que se percaten de que están siendo víctimas de esta cosificación.
Cuando se habla de la imperiosa necesidad de generar una profunda revolución de la conciencia, los que esto sostienen con pasión, se refieren justamente a esta creciente insanía que parece devorarnos y en la que los anti-valores están siendo fomentados y los valores son presa del aniquilamiento, porque esta descomposición es la que ha favorecido, justamente, el desproporcionado poder adquirido por una minoría rapaz que se replica una y otra vez, en todas las épocas y todos las latitudes, en diferentes grados…y me pregunto: ¿llegará la sociedad mundial a transformarse a tal grado que, finalmente, quede libre de todos los lastres que la están arrastrando peligrosamente a su extinción?
Vaya pregunta tan necesaria como difícil de responder.
Comentarios a: [email protected]
Imagen agregada RCBáez
Por Patricia Barba Ávila
La difusión masiva, cotidiana y apabullante de cientos de calamidades, crímenes, torturas con lujo de detalles…
Apenas estábamos saliendo del estupor generado por la masacre del Casino Royal cuando otra barbarie llegó a nuestros oídos: el brutal asesinato de Marcela Yarce Viveros y Rocío González Trápaga, periodistas de Contralínea, en una macabra y fríamente calculada sucesión de atrocidades perpetradas contra diversos sectores de la población como parte de una estrategia encaminada no sólo a llenar de terror la conciencia de millones de ciudadan@s, sino de saturar la mente y, con ello, aniquilar cualquier posibilidad de centrarse en temas cuyo análisis es obligado… y es que eso es justamente lo que NO quieren: que se llegue al fondo del por qué de actos delincuenciales que horrorizarían al mismo Calígula.
Y es precisamente porque experimentamos un dolor profundo hacia todos los seres humanos que han perdido la vida víctimas de este escalamiento de la violencia, por lo que caemos presas de un apabullamiento que nos aleja irremediablemente del meollo o de los muchos meollos del actual estado de cosas en el que cada vez más crece la ira y, paralela a ella, la sensación de impotencia y de agobio ante la interminable serie de calamidades: de eso se trata, porque no sólo el miedo, la miseria, la distorsión mediocrática, las interminables jornadas laborales, paralizan… también obnubila el entendimiento la interminable retahíla de “noticias” entregadas al público con lujo de detalles dantescos.
Desde tiempos inmemoriales, los que se han apoderado de los medios de subsistencia de enormes conglomerados humanos, llámense reyes, tlatoanis, emperadores, papas, sumos sacerdotes, mega-empresarios, han empleado tácticas de aniquilamiento físico y mental para eliminar todo obstáculo para sus intereses: el hambre, la religión y el circo farandulesco siguen siendo las herramientas de control más socorridas desde los emperadores romanos, pasando por el Medioevo, la Revolución Industrial y el imperio del mercado (neoliberalismo), que han encontrado en el humanismo y la inteligencia de grandes hombres y mujeres, a los enemigos que hay que silenciar a toda costa: Hipatia de Alejandría, Jesucristo, Giordano Bruno, Baruch Spinoza, Simone de Beauvoir, Percy Bysshe Shelley, Rosa Luxemburgo, Ayn Rand, José Saramago, por nombrar sólo algun@s.
El alejamiento del ciudadano común de los programas culturales o de análisis profundo debe entenderse, por otra parte, como resultado de un ininterrumpido golpeteo mediático que lo mismo busca la aversión del público hacia la política -entendida ésta como el involucramiento de la sociedad en las decisiones que le afectan- como su preferencia por estaciones radiofónicas o canales televisivos que exhiben espectáculos tan estultos como ofensivos de la inteligencia y esas son las dos “sopas” que se le presentan a una audiencia sometida a este permanente lavado de cerebro. Y aparejado con lo anterior, podemos atestiguar los incontables episodios de series en las que el gusto por la ciencia y la cultura es motivo de burla y escarnio mientras se aplaude a aquellos que presumen su ignorancia como si fuese razón para enorgullecerse. De eso se trata también, de satanizar el conocimiento y ensalzar la estupidez y la superficialidad.
Y no es que no debamos tener la humildad de reconocer que hay temas que no conocemos, nada de eso, sino de no confundir la humildad con un aberrante enorgullecimiento por ser ignorante. Richard Dawkins lo atribuye a la actitud defensiva de aquellos que sintiéndose incómodos por lo aparentemente complicado de ciencias como la física, las matemáticas, optan por declarar, ufanos, que “eso es para aburridos nerds que no saben cómo divertirse”… al fin y al cabo esto es más sencillo que ocuparse de entender, de penetrar en el exquisito y liberador conocimiento de nosotros mismos y de nuestro entorno. Y así podemos percatarnos de la misma táctica manipuladora en otros ámbitos como el feminismo a ultranza -en el que deforman el lenguaje y llaman “presidenta” a una mujer como si esto fuera muestra suficiente de respeto-; defensa de los derechos humanos -que se traduce en pedir incesante e infructuosamente, que los sociópatas se vuelvan buenos-; protección del medio ambiente -que se limita a la siembra esporádica de arbolitos-; distorsionando así banderas y aspiraciones que caben perfectamente en la lucha global por la emancipación del ser humano a través de una educación integral, humanista y libre de dogmas. Por supuesto que esto queda descartado por aquellos que diseñan el cómo “educar”, cómo “informar”, cómo “pensar”, cómo “percibir e interpretar”, con el fin de atomizar, nembutalizar, debilitar a amplios sectores sociales que son usados y desechados sin que se percaten de que están siendo víctimas de esta cosificación.
Cuando se habla de la imperiosa necesidad de generar una profunda revolución de la conciencia, los que esto sostienen con pasión, se refieren justamente a esta creciente insanía que parece devorarnos y en la que los anti-valores están siendo fomentados y los valores son presa del aniquilamiento, porque esta descomposición es la que ha favorecido, justamente, el desproporcionado poder adquirido por una minoría rapaz que se replica una y otra vez, en todas las épocas y todos las latitudes, en diferentes grados…y me pregunto: ¿llegará la sociedad mundial a transformarse a tal grado que, finalmente, quede libre de todos los lastres que la están arrastrando peligrosamente a su extinción?
Vaya pregunta tan necesaria como difícil de responder.
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Imagen agregada RCBáez