El fascismo necesita no solamente una clase dominante dispuesta a cometer los crímenes necesarios para imponer sus intereses, sino un ejército de burócratas que firmen certificados, animadores mediáticos que los actúen para sus audiencias cautivas y un conjunto de la población dispuesta a hacerse los boludos para quedar en la retaguardia de la masacre.
No es una novedad de la era de las redes sociales: ya se puso en práctica durante la dictadura de Videla, Massera y Agosti, para posibilitar los crímenes de Lesa Humanidad.Oscar Cuervo - El terror de estado y las retaguardias burocráticas
Por Motorik Bit
Desde hace rato me viene persiguiendo el tema de los linchamientos, la pena de muerte y la mano dura. Como pasa con todo en esta vida, hay tanto gente que apoya la idea como gente que la desprecia tajantemente. En lo personal, yo estuve de los dos lados. Alguna vez creí que matar a los delincuentes ya sea por la mano del estado o por nuestra propia mano era lo que había que hacer, pero con el tiempo me di cuenta de que la situación es mucho más complicada de lo que pueda parecer a primera vista. Obviamente, no soy el único que ha cambiado de opinión con respecto al tema, sino que todo o casi todo el mundo lo ha hecho. Para bien o para mal. El tema es que casi nadie admite que alguna vez pensó diferente a como piensa ahora, y de este modo se olvida de qué lo motivó a pensar como pensaba en un principio. Yo trato de evitar ese error, así que voy a tratar de ensayar una reflexión sobre el tema que abarque a ambos bandos. Empecemos.
Como dije al principio, actualmente estoy en contra de ese tipo de prácticas. No me parece en absoluto que sea una solución matar delincuentes (salvo quizás en algún caso muy específico y particular). O sea, en teoría estoy con la gente que se opone a los linchamientos y la pena de muerte. ¿Por qué digo «en teoría»? Digo «en teoría» porque, si bien comparto su sentimiento de que eso no está bien y de que no nos podemos rebajar así, no termino de sentirme identificado ni cómodo con cómo suelen abordar el tema. Esa gente sostiene la idea de que los delincuentes son víctimas de un sistema que no les dio una oportunidad, y es cierto. Acá hay que hacer una aclaración al respecto. Cuando se dice esto, no se está diciendo que está bien que la gente se dedique a robar y matar, sino que existe un sistema estructural y una experiencia de vida que lleva a esa persona a meterse en el mundo de la delincuencia. O sea, no es simplemente «Pepito mató a un hombre por un celular», sino «Pepito nació en una familia pobre de un barrio pobre, no pudo acceder a la educación porque el sistema no se lo permitió. Para olvidarse del dolor de ser rechazado tuvo que meterse en las drogas, las drogas le generaron una adicción y cambiaron su forma de ser y, para sostener ese vicio que nunca buscó en primer lugar, mató a un hombre por un celular», por dar un ejemplo. Hasta ahí tienen totalmente la razón quienes eligen tratar de analizar el trasfondo que lleva a alguien a meterse en esa vida, y está perfecto que traten de hacer conscientes a los demás de esto. Estoy estrictamente de acuerdo con ese análisis. Sin embargo, las palabras tienen connotaciones, y la forma en la que se dicen las cosas es importante. Esto aplica para todo. Las personas que piensan así militan activamente la revisión de las implicaciones machistas o racistas en las palabras de uso diario. Es ahí que surge, por ejemplo, el lenguaje inclusivo. Es perfectamente razonable, pero muchas veces nos ponemos estrictos en ese sentido para después dar por sentado que, si el contenido de nuestro mensaje es «bueno» o tiene una esencia positiva, podemos decirlo en cualquier contexto de la forma en que se nos ocurra y que cualquier palabra o estructura gramatical va a dejar claro el corazón y los matices de lo que queremos expresar. Es ahí que me da la sensación de que este análisis a qué es lo que lleva a alguien a delinquir termina transmitiéndose más bien como un «pobrecito el delincuente que no tiene de otra. Hay que perdonarle las vidas que llegó a arruinar y el hecho de que haya matado gente porque no conocía otra cosa». Aunque la intención sea concientizar sobre un trasfondo más sistemático, en la práctica termina siendo casi siempre una justificación al delincuente. O sea, ¿cómo le decís a una persona a la que agredieron brutalmente o a la que le mataron o dejaron en coma a un ser querido por un celular o un par de zapatillas que quien hizo eso es una víctima de la sociedad? Me llegás a plantear eso con un hijo muerto en un intento de robo y lo más civilizado que hago es quemarte la casa con vos adentro, por más que entienda la esencia del mensaje.
Es acá en donde siento que los «progresistas» pecan (pecamos) de ingenuos. Nos preocupamos tanto por querer cambiar las condiciones objetivas de la sociedad y por comprender el marco en el que surge la delincuencia (y guarda que abordar estas problemáticas es una práctica perfectamente válida y necesaria) que nos olvidamos de que hay delincuentes que han asesinado personas, que han agredido hasta el punto de dejar secuelas físicas o psicológicas a las víctimas, que han matado en vida a padres, a hijos, a nietos. Nos olvidamos de que esa gente también tiene derecho a estar enojada y resentida. Yo creo que se puede entender algo sin justificarlo, y estoy plenamente de acuerdo con que la justicia por mano propia no es justificable (aunque fuera absolutamente necesaria) y con que el estado no puede tener la potestad de quitar vidas, pero no entender que quienes sí apoyan estas ideas tienen razones para hacerlo es, o ser un ingenuo, o vivir en una burbuja herméticamente sellada. No dudo de que, dentro del «otro bando», hay muchos fachos que se cuelgan de un malestar generalizado y del dolor de la gente para destilar odio y encontrar justificados sus deseos de eliminar todo lo disidente. Obvio que los hay, y a montones. Sin embargo, también estoy seguro de que ahí hay gente buena; gente a la que no le gusta sentir que se tiene que llegar a esos extremos; gente que, en otro contexto, hasta estaría activamente de nuestro lado acompañándonos en la lucha por deslegitimar esas prácticas. Nunca se nos pasa por la cabeza que puede ser gente perdida y nublada por el dolor de haber perdido a alguien o por el miedo de perderlo, sino que asociamos intrínsecamente su postura a la derecha rancia, al clasismo, a «el pobre es pobre porque quiere», a la meritocracia. Tenemos una empatía muy selectiva realmente.
Pero hay más. A estas cosas sumémosle otro elemento: la hipocresía. No solamente nos manejamos con una empatía sesgada y trasmitimos un mensaje equivocado y hasta peligroso (aunque no sea la idea), sino que tampoco somos capaces de aplicar nuestros principios de manera justa y equitativa. Seguramente recordarán el caso de Fernando Báez Sosa, ese chico que fue brutal y cobardemente asesinado por unos rugbiers, quienes se manejaban con la idea de que tenían derecho a hacer lo que quisieran y salir impunes. Cuando el caso se volvió masivo, mucha gente expresó su repudio en todas partes (y con justa razón). Ya no era solamente que los repudiáramos sino que, como los rugbiers son representantes de una realidad y una clase social que detestamos, les deseábamos lo peor. Que les pegaran un tiro en la sien y que los tiraran a una zanja, que los violaran, que los presos los convirtieran en «las putas del pabellón», que hicieran empanadas de carne humana con ellos, etc. Si bien es totalmente repudiable lo que hicieron y claramente es un síntoma de las creencias sistemáticas de una clase social acomodada, me resulta curioso que decidiéramos decir y pensar esas cosas. Es decir, ¿con qué cara pretendemos que la gente acate que la justicia por mano propia está mal si, cuando pasa algo así y asociamos a los agresores con ideales que despreciamos, nuestra solución es aplicar las mismas prácticas que queremos erradicar y desnaturalizar? No voy a decir que «el que lo dice lo piensa» porque obviamente que si dijiste algo es porque lo pensaste primero, así que lo voy a encarar de otra forma. Desde luego que el hecho de que a alguien se le pase algo por la cabeza y lo diga o lo llegue a sentir no significa que comulgue estrictamente y al pie de la letra con esa idea. Seguramente muchas de las personas que dijeron esas cosas públicamente las recuerdan y sienten que se fueron al carajo y que no estuvieron bien en absoluto. Sin ir más lejos, yo mismo pensaba y sentía que a los rugbiers había que hacerles todo lo que dije y mucho más, aunque nunca lo hubiera dicho de la boca para afuera. Sin embargo, tampoco podemos estar seguros de que alguien a quien le mataron a un familiar o a su mejor amigo comulgue con la idea de que hay que matar a todos los delincuentes y aplicar mano dura solo porque lo diga, pero ahí no damos el beneficio de la duda, sino que asumimos que irrefutable e indudablemente esa persona quiere que los pobres sean exterminados o cosas por el estilo porque es un facho y va a morir facho. Parece que nosotros sí tenemos el derecho a sacar lo peor de nosotros mismos y que son ellos los que lo tienen prohibido. Básicamente, resulta que el hecho de que «los otros» se suelten de esa manera está mal y es inaceptable, pero que nosotros hagamos lo mismo se «justifica», y no se aplica ningún criterio más allá de la empatía que podamos tener por los agresores/víctimas que se ubican de nuestro lado y del odio que sintamos por los del otro bando. Si bien es cierto que ambos lados caemos en lo mismo indistintamente, esto nos lo critico específicamente a nosotros, ya que considero que somos nosotros quienes deberíamos dar el ejemplo. Y sí, sé perfectamente que la violencia en un robo y el asesinato a Báez Sosa son casos diferentes enmarcados en un contexto social diferente con un trasfondo diferente y que a los agresores los movían motivos diferentes en cada caso. Sé eso del derecho y del revés. Pero el dolor que pueda sentir uno y/o que sienten los padres de Fernando y el dolor que siente alguien a quien le mataron a un hijo o a un padre en una situación de robo es exactamente el mismo, y ese dolor no entiende ni de clases sociales ni de problemas sistemáticos ni de la historia de vida que llevó a cada agresor a hacer lo que hizo. ¿Por qué nuestro sufrimiento sí es importante y sí merece ser comprendido pero el de «esa gente» no?
Recuerdo que una amiga a la que le planteé esta idea me complementó diciendo que la solución ideal en teoría sería educación para los chicos, deconstrucción para los grandes. También explicó, muy acertadamente, que el sistema en el que vivimos complica mucho el poder hacer esto. Coincido totalmente. También agregaría que a veces es más fácil intentar cambiar el sistema que intentar cambiarnos a nosotros mismos, cuando ambas cosas son necesarias. Y no digo esto de la forma en la que lo diría un gurú o un libro de autoayuda, sino como una práctica consciente y constante. Yo creo que no es incompatible una lucha activa, sistemática y militante contra el status quo con un enfoque más introspectivo y de autoevaluación para ver qué es lo que uno está haciendo mal, aunque en teoría se esté «del lado correcto». Después de todo, yo creo fervientemente que uno puede estar apoyando la causa correcta por los motivos equivocados, y que entender una problemática no quiere decir que uno la esté abordando bien a la hora de tratar de solucionarla. Entender, pero no justificar. No justificar, pero entender.
Con esto tampoco me quiero creer moralmente superior. De hecho, nada garantiza que el día de mañana no me arrebaten a un ser querido y que me termine metiendo en el culo todo lo que dije acá para volver al «hay que matarlos a todos». No soy infalible y nada está garantizado. Sin embargo, siento que debería pensarse en todo esto a la hora de hablar de este y otros temas similares. No tengo una solución para el tema, pero sí tengo esta reflexión con esta perspectiva. Tampoco creo que vaya a cambiar el mundo por haber escrito esto, pero por ahí cambio alguna cabeza, esa cabeza hace una diferencia y esa diferencia cambia el mundo. Quién sabe.