Aunque el cristianismo tenga una base común, cada rama le da importancia a lo que le interesa. Siguiendo ese mismo principio, la secta bereber de los circunceliones del siglo IV mantenía su mayor devoción a los mártires. Como si fueran hippies ancestrales, defendían el amor libre, condenaban la propiedad y la esclavitud, por lo que cancelaban deudas y liberaban esclavos. En su gira de paz y amor, ocasionalmente atacaban a legiones romanas o viajeros armados usando tan solo garrotes o interrumpían juicios para provocar al juez. El objetivo: que les mataran.
En el siglo IV d.C. se produjo un enfrentamiento entre los obispos y sacerdotes católicos. Aquellos de África, que se consideraban igual de católicos, fueron denominados donatistas, por Donato de Cartago, término que rechazaban. Los católicos comenzaron hablar de grupos agresivos de hombres y mujeres que vagaban por África a quienes llamaron circunceliones ("los que van de granja en granja"). Debido a que Jesús le dijo a Pedro que dejara su espada en el campo de Getsemaní ( Juan 18:11), utilizaban palos para sus ataques. Habrían ido visitando los santuarios de los mártires, siendo percibidos como errantes. Las piedras funerarias cristianas en la base del Djebel Nif en Nser, Algeria, habrían sido usadas como testigo de sus muertes al arrojarse al vacío.
Respecto a sus actos violentos y ataques a la propiedad privada, los principales perjudicados habría sido la iglesia cristiana y los ricos terratenientes que les apoyaban. Se ha sugerido que estas revueltas pudieron ser rebeliones nacionalistas contra el imperio romano fomentadas por un componente religioso.
Con el paso de los siglos, se difuminó la distinción entre las distintas descripciones y el término pasó a ser un sinónimo de los monjes errantes en la Edad Media.
Ahora bien, ¿podemos creernos todo lo que nos cuentan? Lo que conocemos de esta secta norafricana post-constantiniana viene tanto de fuentes africanas que podían tener un conocimiento más directo del contexto y aquellas del norte y este del Mediterráneo que los clasificaban como herejes.
Fuentes externas
La más antigua de estas últimas fue la del obispo Filastrio de Brescia (330-397), quien se habría informado de los sucesos a través de Ambrosio de Milán, y que los clasificó como herejes empeñados en la autodestrucción en nombre del martirio. Fueron señalados como locos que vagaban sin rumbo buscando la muerte, precipitándose o a manos de otro. Pseudo-Jerónimo en Indiculus de haeresibus añadía que deseaban más la alabanza humana que la caridad divina. Especificaba que sus muertes a manos ajenas eran por fuego o por la espada y que formaban un subgrupo de los donatistas, también considerados herejes.
Obligado por Quodvultdeus de Cartago y con un estilo impropio y más simple del que solía utilizar en sus obras, Agustín de Hipona (354-430) los menciona en De haeresibus, donde son acusados de seducir a ambos sexos para seguirles, amenazar de muerte a otros para que los asesinen y que, además de las anteriores, también morían por ahogamiento. A diferencia de las menciones anteriores, no habla de su deseo de martirio, pero sí de los disidentes africanos que se distanciaban de sus acciones. A pesar de ser un pastiche de la anacefaleosis de Panarion de Epifanio de Salamina (310-403), de la obra de Eusebio de Vercelli (283-371), las obras mencionadas anteriormente y su propia experiencia, se ofrece como una fuente que combina elementos de aquellos que conocían la secta directamente como de los que no.
Una década después, en Praedestinatus se vuelve al martirio y a los métodos descritos en fuentes anteriores, pero señalando su vida monacal y su servitud a los demonios. En el Salmo 132 de Casiodoro (485-585) los consideraba monjes, pero no genuinos. Teodoreto de Cirro (393-457) aprecia en Hairetikês Kakomuthiai Logoi que son cuidados y alimentados como si fueran víctimas de sacrificio. Isidoro de Sevilla (550-636) en De ecclesiasticis officiis dice que son monjes que vagan sin haber sido enviados por nadie, sin establecerse en ninguna parte, declarando ocupar puestos que no poseen, afirmando tener familiares en su destino, rogando o extorsionando para cubrir su supuesta vida santa, considerando sus opiniones como las propias de Dios, vendiendo partes de mártires, exaltando sus filacterias y dejándose el cabello largo para recordar a personajes bíblicos. Aquí Isidoro parte de un collage de fuentes, donde esta secta ni es local ni de monjes. Finalmente, Genadio de Marsella los mencionaría muy brevemente sin aportar nada nuevo.
Fuentes internas
A Ticonio Afro, contemporáneo de Agustín, se le atribuye una cita donde práctimente acusa a los circunceliones de los mismos males que los autores anteriores, pero esta es una aportación de Beato de Liébana en Comentario al Apocalipsis, dada las inclusión de aportes que hicieron otros autores hasta la publicación de su obra y la similitud de los términos usados con Isidoro y Prisciliano de Ávila. No obstante, Beato tiene una afirmación exclusiva al asegurar que los circunceliones vagaban para obtener la salvación a través de las visitas de los santuarios. Además se sabe que Ticonio Afro habló de las divisiones internas en la jerarquía eclesiástica en la iglesia de África.
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Shaw, B. D. (2017). Who were the Circumcellions?. In Vandals, Romans and Berbers (pp. 243-274). Routledge.
- Shaw, B. D. (2006). Bad boys: circumcellions and fictive violence. Violence in Late Antiquity: Perceptions and Practices, 179-197.