Revista En Femenino
Participé en el rastrillo navideño de Montessori School of Las Palmas este sábado pasado y me di cuenta, una vez más, de que formo parte casi de una secta. Como los antiguos cristianos, que se dedicaban a dibujarse pescadoslos unos a los otros en la arena o las mesas o la palma de la mano antes de reconocerse y entrar en confianza: así soy yo, deslizando la palabra colecho o la palabra teta en una conversación casual con otros padres. A veces hay sorpresas inesperadas y agradables, como una compañera de profesión que me habló de su lactancia en tándem y la cama remendada para hacer sitio a toda la familia conforme se iba ampliando. A veces hay sorpresas no tan agradables cuando alguien al que considerabas sensible y afín te fusila con la mirada, escandalizado, antes de preguntarte cuándo piensas retirar el pecho al churumbel y echarlo a patadas de tu cama.Mi sectarismo también me guía en las lecturas y simpatías y antipatías a otros niveles.Por ejemplo, si una radio invita a Estivill en un programa que me gusta, ahí les va una cruz por propaganda nazi y si entrevistan a Carlos González, se refuerzan mi sentido de pertenencia a una comunidad y mi gusto al escucharla.Eduard Punset es otra sorpresa agradable, aparte del abuelito entrañable y cardado que querría tener en casa, con o sin pan de molde bajo el brazo. Ese hombre maravilloso, después de estudiar y entrevistar a todo cristo y de preocuparse por la inteligencia emocional, la neurología y el cerebro de los niños, afirma en una entrevista que no hay que dejar llorar a los niños porque no saben gestionar el estrés ni los niveles altos de cortisol. También dice que los niños no necesitan socializar en guarderías, si no estar con gente que les quiera y les entienda y también denominada familia.Eso me lleva a una de mis grandes batallas personales: la guerra contra la manía que tenemos en esta sociedad loca y estresante de meter a los niños en vereda cuanto antes. No soporto la obsesión moderna por escolarizar al churumbel con 3 años, ni lo de meterle en una guardería para que socialice y se curta en cuanto se pone en pie sobre las piernecillas. Tampoco la manía de enseñarles inglés en la guardería, números y letras y hasta cómo romper papeles para trabajar la motricidad fina para cuando tengan que escribir. Me revuelve esa locura por buscarles plaza en el mejor colegio y apuntarles en actividades extraescolares con apenas cuatro años, en agotarlos al tiempo que se les prepara para su futuro como ejecutivos o banqueros o controladores aéreos.Me parece que se despoja a los niños de infancia a madrugones y con la compañía forzada de desconocidos. Se les mete en la rat race, que dicen los norteamericanos, sin apenas saber hablar. Se manda al infierno el modelo finlandés y todo es un llenar a los chiquillos de conocimientos absurdos y morralla para que con seis años, cuando yo entré en el colegio con ganas, ilusión y madurez suficiente, ya estén hartos del sistema "educativo" y de desconocidos.Esas cosas me sublevan y por eso, espero que esta Navidad me toque por fin el famoso gordo y pueda sacar a Miguel de la guardería. Y ampliar la cama para más familia y más pecho, llevarlo a la playa a pescar quisquillas con los dedos, pedirle a Ivana que nos enseñe a hacer galletas con formas de dinosaurio y dedicarle mucho más tiempo con más alegría.