“La educación surgida de la Revolución Industrial HA MUERTO. No responde a las demandas del ser humano que nace en el siglo XXI. Su cerebro, las relaciones inter pares, la afectividad, la forma de concebir la vida y la muerte, todo se transforma a la velocidad del rayo y las estructuras educativas se mantienen anquilosadas negando el cambio evidente. Caben dos salidas: SEGUIR ADOCTRINADO o HACERSE RESPONSABLE”
Jordi de La Torre.
La secta del profesor rojo
La larva de la educación que conocemos ya está en una crisálida para convertirse en algo diferente y adaptado a las necesidades de los nuevos tiempos y de las personas, no a las de este Sistema de donde nació y que le perpetua unos esquemas de funcionamiento caducos.
Hay muchos elementos externos que le ayudarán a metamorfosearse, pero el más importante es interno y es el motor de los propios profesores que anhelan una NUEVA ERA EN LA EDUCACIÓN.
“La secta del porfesor rojo” es uno de esos agentes de cambio que están surgiendo en todos los países. Esta secta está formada por “profes y alumnos aburridos de esta educación de época industrial que no encaja en los nuevos tiempos ni con cola. Son profes que reflexionan, que actúan y que proponen un nuevo curriculum donde la educación para la felicidad sea eje vertebrador”.
Jordi de la Torre, profesor, licenciado en Historia, máster en PNL, especialista en pedagogía sistémica y otras técnicas humanistas y autor de la novela titulada La vida en rosa (Acteón Editorial), y su compañera de profesión Celia Sevilla nos envían un texto con su declaración de principios y donde explican qué es el profesor gris y el profesor rojo, un color y una filosofía de vida que ya despunta en el horizonte…
LA SECTA DEL PROFESOR ROJO
El tránsito del gris al rojo
¿Qué es el gris?
La repetición sin sentido, la pérdida en el abstracto, esperar que salga el conejo de la chistera, que alguien me salve, que me marquen el camino correcto. Que me digan lo que tengo que pensar, decir y hacer.
La falsa seguridad, la resignación, el victimismo. Hacer lo que hacen todos. No cuestionarme más allá de mi ombligo. Sentirme inútil y creérmelo. Perpetuar el sistema absurdo. Cargarme con las culpas de todo. Ser infeliz hora tras hora. No tener más ilusión que esperar que toque el timbre. Juzgar todo lo que veo: este alumno es un cazurro, ese profesor es un inepto, aquella alumna no será nunca nada en la vida.
Calcar los días y los años. Repetir que las cosas no tienen arreglo para no luchar por cambiarlas. No saber muy bien de dónde vengo ni adónde voy, ni qué hago aquí. Ansiar lo que me falta y menospreciar lo que tengo. Asignar a los alumnos la etiqueta de enemigos peligrosos que me quieren cabrear. No esperar más recompensa de la enseñanza que un mísero sueldo a final de mes.
Desconfiar de mis compañeros, clasificarlos, construir fronteras y peajes. Aislarse de lo desconocido. Atribuir el poder a todo bicho viviente y proclamar con rabia que yo soy el último mono. Esperar con ansiedad las vacaciones.
Refugiarse en los libros de texto, la biblia de cualquier docente gris. Los padres son unos ineptos y no tienen ni idea del monstruo que están alimentando. Nos pagan para enseñar nuestra asignatura, es igual si la aprenden los alumnos o no, es igual si se aburren como ostras, que nadie me pida lo que no me corresponde. No quiero saber nada de la vida de los demás. Yo sólo soy ciencia. Yo sé más que ellos. Por qué los alumnos no me respetan.
¿Qué es el rojo?
Pasión, energía, amor, alegría. No soy infalible, no tengo que exigirme nada, no espero sólo facilito. Me dejaré la piel porque amo lo que hago. Ser profesor es maravilloso. Ocupa mi tiempo que es lo más valioso de lo que dispongo. No estoy solo, los alumnos me ayudarán.
No soy víctima de ningún sistema, soy agente renovador de un nuevo mundo que se crea conmigo. En mí nacen todas las posibilidades. No entiendo el fracaso. Tengo miles de oportunidades para llegar al corazón del alumno y despertar sus capacidades. No soy juez. No quiero que me juzguen. No puedo condicionar el futuro de mis alumnos.
Mis palabras son herramientas extraordinarias. Me lo quiero pasar teta con mis alumnos, también sufrir con ellos cuando están tristes. Colisionar, abrazar, enfrentarme, perdonar, somos seres humanos que fluyen a cada instante. Les entiendo y por eso creo que ellos me entienden.
Me preocupan, me flipo con sus cambios y ellos con los míos. No hay límites por eso nadie me puede limitar. Estoy exhausto pero feliz, merezco unas vacaciones. Puedo aceptar mis errores. ¿Son errores? Quiero mejorar. No existe ningún alumno igual.
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El profesor está en el trampolín, sujeta con fuerza el trapecio gris. Mira cómo el trapecio rojo, unos metros más allá, va y viene, es el objetivo. Siente miedo, duda. ¿Por qué quedarse cómodamente en el trampolín? Es su inestable seguridad.
Algo en su interior le convence de que es imposible. Si ha subido hasta allí arriba es porque sintió la necesidad de engancharse al trapecio rojo. Se siente seducido por la energía que desprende ese color. No sería honesto desandar lo andado, tampoco se sentiría bien. Saltará.
Cuando se convence empieza a respirar algo más tranquilo. Pero mira al suelo y siente vértigo. Si falla y no puede asirse al trapecio rojo las consecuencias pueden ser fatales. Los latidos vuelven a acelerarse, el miedo le produce ofuscación y es incapaz de visualizar la tupida red que lo protege de la dureza del suelo.
Sólo concentra su mirada en la seguridad del trampolín, la pesadez que le trasmite el trapecio gris y la seducción que ejerce el trapecio rojo. La red del amor es invisible pero ofrece toda la confianza para dar el salto. En esa red está todo el amor que recibió de sus padres. Ellos le quisieron y él quiere a sus alumnos.
El tejido de esa malla nunca se podrá deshacer por mucho peso que soporte, siempre lo abrazará amoroso. También están entretejidos con hilo de amor los sentimientos de los profesores que confiaron en él, que se lo expresaron y que le ayudaron a ser quién es hoy.
Las voces imperceptibles de todos ellos le animan a dar el salto más prodigioso de su vida. Se siente orgulloso de que estén allí. Pero aún hay más. En la red también aparecen sus hijos. No quiere para ellos profesores adiestradores de rutinas instalados en el trapecio gris, desea que muchos profesores rojos se crucen en sus vidas y les ofrezcan llaves para abrir de par en par baúles repletos de herramientas para transitar por esta vida en busca de la felicidad.
En justa correspondencia con los padres de sus alumnos es inminente el salto. Un pie se mueve, el otro toma impulso, se acabó el tiempo de la razón, es hora de rendirse y dejarse llevar por la fuerza del amor. Durante unos segundos queda suspendido en el vacío, tiene tiempo de ver cómo el trapecio gris vuelve hacia atrás y las sombras lo devuelven al pasado. Lo honra, fue útil en su momento, pero ahora es necesario asirse al trapecio rojo que se aproxima refulgente y poderoso.
Desde la liviana ingravidez es capaz ahora de identificar todos los tejidos que componen la red del amor, el profesor se reviste de una seguridad que le hace estirarse y con decisión abrazar el nuevo trapecio. Toma consciencia de quién es y se inviste de una fuerza renovada. Él ha decidido deliberadamente ser un profesor rojo. Ya sabe que es temporal, nuevos trapecios le esperan. Pero también intuye que a partir de este primer salto todo será más fácil.
Jordi de la Torre y Celia Sevilla.
Este es el sitio de la secta.