Revista Cultura y Ocio
Desde hacía tiempo tenía indicios racionales de que La sed de sal era una gran novela. Ya tengo pruebas concluyentes. En el volumen de estudios sobre su obra editado el recién pasado año 2013 por Salvador Retana —Ediciones La Rosa Blanca— bajo el título El efecto M, ideado y coordinado por Felipe Aparicio, Gonzalo Hidalgo Bayal escribe que le interesan las novelas de alta calidad estilística, que exploran conflictos morales y que se sostienen sobre cierta intensidad intelectual; aquellas novelas que crean, que evocan o que levantan un mundo. No hay que ser una lumbrera para saber, si uno lee las novelas de Gonzalo, que lo que pide el escritor a otros textos es lo que intenta lograr con los suyos. Y uno de los ejemplos más ilustres de ello es La sed de sal, su más reciente obra. Tras la recepción crítica que la novela ha tenido en los principales medios de difusión cultural y algunos comentarios de allegados, como el de Álvaro Valverde, tan sincero como certero —y no por cercano menos fiable—, me gustaría insistir en su misma recomendación sin caer en la vacuidad de que estamos ante una novela poco convencional que gusta mucho, y de gran altura intelectual. Lo es; por eso no va a ser la más vendida. Ojalá sea la más leída. Gonzalo Hidalgo ha puesto más abono en la trama que en otras novelas, y lo ha combinado con su humor visible y sus referentes cinematográficos y literarios, contantes y sonantes. Un festín para los amantes de la literatura. Son pruebas para mí concluyentes de que estamos ante una novela excepcional. Diré algo más, por el momento. Una novela con su punto palindrómico fue El cerco oblicuo y está presente en un guiño (pág. 313) en La sed de sal, que, como todo el mundo ha repetido, es un palindromo —pero que, por encima de todo, es una teoría—, como Amad a la dama, y como «Anita, la gorda lagartona, no traga la droga latina», uno, de José Antonio Millán, muy querido por GHB. La clave capicúa de la escritura de Gonzalo Hidalgo es un rasgo de su carácter, de su afán por lo preciso, de su vocación de cierre, como el quiasmo es a la sintaxis y al concepto. Algo de ello debe de haber en una novela de 111 capítulos o secuencias, cifra uniforme y capicúa, impar, indivisible en dos mitades exactas de unidades narrativas; pero a la que cabe señalar en su secuencia 53 como único centro del conjunto, como único caso de secuencia brevísima, lo que dura una sonrisa de ocho líneas. Noé León, otro palindromo. Continuará.