Revista Viajes

La selva pasó, porque todo pasa por algo

Por Bbecares

amazonía

Levantarme por la mañana y ver cómo la tela de la araña más rara que nunca he visto se hacía en cada noche más y más grande. Lavarme los dientes con agua de lluvia mientras un insecto palo cerca de mis pies se va tropezando con sus patas y de repente se para cuando me acerco, para que yo me piense que es un palo.

Intentar encender un fuego en el suelo, que nunca logré. Tomar café. Comer panecitos, simples pero ricos. Estar en buena compañía. Cocinar despacio. Comer unas lentejas y amarlas como si fueran un manjar exquisito. Apreciar las pequeñas cosas. Escuchar llover. Mojarme, meter los pies en charcos gigantes imposibles de cruzar de otros modo. Escuchar quién sabe cuántos pájaros e insectos que se pasean por la selva en la noche. Respirar aire puro. Caminar. Subir y bajar sobre tierras verdes.

Tomar un té de plantas naturales. Masticar hierba, chupar hojas con vitaminas. Hacer una entrevista sentada en el suelo, en el balcón de una casa de madera y rodeada de caña de azúcar. Quitar insectos nunca antes vistos por mí, de mi libreta mientras apunto lo que me cuentan.

Vivir y ser feliz. Aprender. Y disfrutar.

Todo pasa por algo, dice siempre una amiga colombiana. Esta visita a los shuar de la Amazonía pasó porque soy una despistada y un día perdí mi tarjeta de crédito. Y pasó porque el servicio de correos fue lento. Y porque una amiga me recomendó un barato pero acogedor alojamiento en Baños. Y porque en Baños conocí a dos españoles que vivían en una comunidad se la Amazonía y me hablaron de ello. Y pasó porque a ellos un día, una mujer suiza les regaló un vuelo de ida para Sudamérica y aquí llevan cinco años cumpliendo sueños. Y así podría seguir.

Pero gracias cosmos por lo bueno que pasa.


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