Cada vez más países y más empresas prueban fórmulas nuevas para la semana laboral. Las experiencias son variopintas, pero la tendencia es imparable. Vamos a semanas de menos horas de trabajo y sobre todo menos horas de presencia. La gran cuestión es cómo el aumento de productividad compensa la menor cantidad de horas de trabajo, de modo que el output no salga perjudicado. La tecnología ayuda. Y la retención de talento lo está haciendo obligatorio.
La sociedad puede recibir los beneficios, en forma de un mayor equilibrio personal y familiar, de un menor consumo de energía y de una menor polución.
¿Seremos capaces de encontrar la fórmula mágica? Estoy seguro que sí. Y en pocos años.