La sed cubrió la fértil tierra anidada por una sola semilla que aún no conocía su origen, ni su nombre, había caído de lo más alto de la copa de un árbol caído, al golpearse contra el suelo encontró el olvido.
La tierra la cobijó bajo su manto y allí aguardó sedienta, por siglos dormida, esperando su nacimiento a la vida.
Aquel día la lluvia volvió de su letargo, abriendo los ojos hacia aquel pedacito reseco, lloró como no se veía desde aquel tiempo del diluvio y la semilla amaneció, se alzó deslumbrada por la brillantez de la luz.
Poco a poco cambiaba, constante como un reloj, rodeada de desolación pero era feliz, comenzó a sentir sus brazos, sus piernas crecían más y más, su follaje cambiante la sorprendió dejándola acariciar su naturaleza, con cada año que pasaba se hacía más alta y gruesa, enraizándose con fuerza titánica a su casa, fue testigo de una criatura que pisó por vez primera los pleamares de su hogar, aquel ser la contempló con alabanza y curiosidad, no tardaron en crear un vínculo de amistad, el ser jugaba con ella cada día que pasaba y ella lo protegía de los males inclementes de aquel lugar abandonado.
El ser corrió la voz de resguardo con un sonido gutural, esa noche la semilla descansó y al despertar se maravilló con sus nuevos amigos recién llegados del mar, una tormenta se avecina pensó, sus raíces se lo advertían.
¿Cómo proteger a tantos?, se dijo así misma, la tormenta se acercaba como una bestia voraz, la semilla fue firme a su embate, tomando entre sus frondosas ramas a las criaturas sin pelo, el vórtice no sucumbía a los gritos de terror de los seres, que clamaban su nombre ¡Árbol!, ¡Árbol!.
El árbol que se convirtió en bosque…
Un recuerdo vino a su mente, el sonido del metal contra la corteza de su madre, ¡el hacha de la muerte!, los seres que ahora abrazados a su tronco yacían aterrados fueron los causantes de su orfandad, los asesinos de su raza, aquella sed que en su infancia sentía le quemó la garganta, ¡la sed de Venganza!, su sabia hirvió con odio, desplegó sus ramas dejando caer a los humanos dentro del río recién formado, los sollozos del más pequeño evocaron su bondad, más su cruel naturaleza le detuvo a socorrerlo, el líquido vital se alimentó de almas humanas por segunda ocasión.
La paz regresó al árbol solitario quien saldó su cuenta pendiente, su especie fue aniquilada por la pretérita humanidad, irónicamente cesó con la vida de sus verdaderos padres ya que su raza fue concebida en un tubo de ensaye como arma biológica, su carácter artificial le brindó los medios para absorber el oxígeno del planeta produciendo tan solo bióxido de carbono, corrompiendo el proceso de fotosíntesis, los humanos comprendieron su error demasiado tarde y para redimirse talaron hasta el cansancio su creación, ingenuamente ignoraron que solo se necesita una sola semilla corrompida para acabar a un mundo.
Su fruto se propagó con las eras y el árbol primigenio pobló al bosque.