[Ejercicios De Memorias] Carta Para Ana González De Recabarren, De Su Esposo Manuel
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En el 2006 se cumplían tres décadas de la desaparición forzada de nuestros familiares, donde un grupo de compañeros esos años tomó la iniciativa de conmemorar la fecha con especial dedicación.
Entre las iniciativas sugeridas, acordamos escribir una carta en nombre de nuestros seres queridos desaparecidos. La siguiente carta es en nombre de Manuel Recabarren, detenido el 29 de Abril de 1976, junto a sus hijos, Luis Emilio, Manuel Guillermo y Nalvia Rosa y yo la quiero reproducir acá, a casi 42 años del Golpe de Estado. Anita, Luchito no está solo, yo y muchos más lo acompañamos junto a los compañeros y compañeros de búsqueda, y sabremos dónde están sus padres, su abuelito y su tío. No descansaremos hasta encontrarlos a todos/as y a cada uno/a.
VENCEREMOS!!!
Felipe Henríquez Ordenes
Esta carta, es un ejercicio de memoria, está escrita de tal forma como si realmente Manuel de verdad se le hubiera escrito.
Querida Ana; Cuando ya han pasado 38 años de nuestra desaparición forzada y cuando se acercan los 42 años del Golpe de Estado en Chile, te escribo. No sé dónde estoy, ¿estaré en el fondo del mar o en en el fondo de la tierra?, tal vez en algún río, ¿estaré en alguna mina abandonada?. ¡Que tortura, que martirio! No sé dónde estoy. Ana, ¿Recuerdas el Cristo crucificado, que manos artesanales tallaron allá en el Sur? Así como a ese hombre nos crucificaron, teniendo en común el mismo delito, haber amado a nuestros pueblos. El Cristo estaba destinado a nuestra querida amiga evangélica, la señora María, tu te enamoraste de el y me pediste que lo dejara en la casa, ¡Como no hacerlo! como arte de magia : “volví a los 17″, cuando dulcemente agradecida me besaste. Ana, siénteme cerca de ti, nunca he dejado de estar a tu lado, tú lo sabes muy, difícil dejarte sola cuando necesitabas mi presencia. Presiento que hoy más que nunca me has extrañado, el dolor de saber que nuestros amigos de ayer ya no son los mismos, eso ha dejado una huella indeleble en tu corazón, a los dolores sumas dolor. Los seres humanos somos tan impredecibles, yo también tuve desengaños, pero la firme convicción de saber que estaba en lo justo, aumentaba en mi la magia de seguir adelante. Ana, sigue tu camino, haz lo que debes hacer y punto. Durante nuestras vidas, tuvimos vivencias buenas y malas, algunas color de hormiga. Nada importaba, estábamos juntos y todo podía arreglarse. Siénteme a tu lado Ana, resiste, te lo pido por Ricardo, Vachy, Anita María, Patricia, por nuestros nietos, bisnietos y nuestros posible tataranietos, ¡Tu los verás! Cuando leas esta carta recordarás, volverás a tu juventud, llorarás, reirás. Durante estos 30 años, de mi ausencia forzada, han llegado a tu vida nuevos y maravillosos amigos, otros no tanto. Te vuelvo pedir, no te apenes, tú sabes que en alguna etapa de mi vida sufrí lo mismo. Sin embargo, aquí estoy y acudo a todos mis vecinos, a mis compatriotas, a la sociedad toda, les recuerdo que solo soy una fotografía en tu pecho, tampoco unja pancarta. Yo, Manuel Recabarren, como ustedes, estoy en la historia de mi familia y de mi país. Una mujer me parió un 18 de Septiembre, María y Manuel fueron mis padres, tuve siete hermanos, engendré hijos, fui a la escuela, aprendí las primeras letras en el Silabario “El Ojo”, solo llegué hasta “el Pato”, allí me eché porque la miseria me obliga a trabajar. Era el número dos de siete hermanos, fui de los “piececitos de niño azulosos de frío” que para vergüenza de los poderosos, aún pululan por las calles de la ciudad. Cuando no había luz en nuestra pieza, porque no era casa, se las pedía prestada a las “animitas” para poder alumbrarnos. A los 14 años calcé mis primeros zapatos nuevos, de niño pasé hambre, esa hambre que cuando comes el pedazo de pan, te sabe amargo. Luché por el derecho de los trabajadores, marché por el triunfo de los aliados en la Segunda Guerra Mundial, Marché CONTRA LA INVASIÓN A VIETNAM. Alcé la paloma de Picasso clamando por la Paz del mundo. Siempre mi voto fue para Salvador Allende. Siendo niño, salí a la calle, junto a mis padres, para llevar a la presidencia a Don Pedro Aguirre Cerda. Por todo esto, estoy aquí, sin tener derecho de estar vivo o muerto, “…pero yo estoy aquí, soy como usted…” A ellos, “los valientes soldados”, que fueron capaces de cometer tantos crímenes en nombre de la patria, hoy se les caen los pantalones para confesar sus “heroicas hazañas”, siguen callando, van de Herodes a Pilatos, con la complicidad vergonzosa de tantos que buscan miles de triquiñuelas para dejar en la impunidad estos crímenes de lesa humanidad. Mi querida Ana, como tu dices, “los porfiados hechos” reafirman la calidad de Caínes y ladrones, “chacales que el chacal rechazaría” ¿que fue de aquellos valientes soldados”. “El amor, el perdón, no consiste en ocultar la verdad” nos dijo Monseñor Jorge Hourton, y agregaba “solo la verdad nos hará libres”. ¡Cuanta razón hay en esas palabras! ¿Solo la verdad nos hará libres! Por duras que sean las consecuencias. El Estado, los Tribunales, Las Fuerzas Armadas, la Sociedad, el Silencio, se hace cómplice de tan abominables crímenes. El país que olvida a sus mártires, corroe sus raíces, el desierto lo va cubriendo sin valores, sin futuro, sin sueños, y avanza, tanto avanza, que camina por la senda que no llega a ninguna parte, un camino lleno de sombras amenazantes para el futuro de nuevas generaciones. Querida “Consentida”, desde el fondo de la tierra o desde las profundidades del mar, te extraño. Quería verte y por esa magia de los sueños, viajaste a Quinteros, yo te guié hasta Loncura, la brisa que acariciaba tus mejillas, las envíe yo, la sombra dibujada en la arena era yo, tu Manuel, esperándote como entonces, para agradecerte por los felices días que vivimos junto a nuestros niños. Difícil encontrar cómplices como tú, estoy seguro mi “Consentida”, que aunque nadie más me espere, tu estarás allí esperándome. Gracias hijos y nueras, nietos y biznietos, en especial a mi nieto Rodrigo, gracias por cuidar a vuestra abuela. Por siempre tuyo.Tu esposo, Manuel.
Hoy en el 2015, Anita Gonzalez, como siempre, le sigue sonriéndo a la vida, a pesar de tanto dolor.
Foto @PipeHenriquezO