La sensación de que algo se acaba y nunca volverá a repetirse es algo que me agobia, se me hace un nudo en el estómago, me entran ganas de vomitar y se me revolucionan los latidos. Llegar allí me emociona, me trae muchos recuerdos. Cuatro años sin pisar mi facultad… Una vez tengo el título, recorro todo el edificio, lentamente, observándolo todo con detalle, con ganas de llorar, miles de recuerdos en aquellas aulas.
Al salir, me acuerdo de mi graduación, en la que no pudiste estar por tu trabajo, pero sentí tu apoyo en todo momento, me regalaste un ramo de flores. Nunca nadie me había regalado un ramo de flores. Y luego viniste a la cena y a la fiesta y cuando todo el mundo se fue, nosotros seguimos en la discoteca hasta el final de la noche, bailando, cantando, riendo. Y encontramos a tu amigo Carlos, que estaba con una chica que no era su mujer, pero ahora han tenido una hija y parece que son felices, ¿no? Me chocan mucho estas situaciones.
El caso es que el último día que pisé mi universidad, estaba sentada con mis amigos en el banco de la entrada, nos hicimos la última foto juntos allí. Y me sentía feliz por haberlo logrado, pero triste por cosas que perdía, por ciclos que se cerraban y etapas que terminaban. Sin embargo, ahí estabas tú. Mi constante, mi apoyo, la persona que más feliz me ha hecho en la vida.
Pero hoy te has ido. Y cuando vuelvo al párking vacío donde he aparcado el coche, me siento bien y mal. Bien porque soy adulta y mal porque soy adulta. Bien porque soy capaz y porque podré vivir sin ti (Tú mismo lo dijiste, ¿no? Hay días mejores y días peores); mal porque he perdido la época más feliz, la buena, la del amor y la juventud. Sabes lo mucho que me cuestan los cambios, más todavía los que no dependen de mí. Y me siento en el asiento del conductor, con las puertas abiertas, a la sombra de un árbol. Corre algo de brisa y me echo a llorar porque cuesta visitar lugares que traen tantos recuerdos y porque desde allí puedo ver el Tibidabo y no puedo olvidar aquel plan improvisado, tan nuestro. Solo pienso en ti y me doy rabia por escribirte porque me dije que intentaría escribir más para mí sola, pero sé que aún me quedan muchas palabras y cartas dirigidas a ti. Y las iré sacando, poco a poco. Quédate con lo bueno siempre, no me olvides.
Vuelvo a casa sin poner el aire acondicionado al principio y me acuerdo de nuestro road trip por Australia, intentando ahorrar cada centavo, con el sol colándose a través de la luna y poniéndonos los muslos morenos, los cabellos pegados a la nuca, pero la sonrisa en la boca cantando cada canción.