La sensación de velocidad nocturna
Si eres conductor y alguna vez has prestado atención, te habrás dado cuenta que por la noche parece que el coche corra más. Sin embargo, vamos a la misma velocidad que durante el día. Lo mismo ocurre en bici o haciendo footing. El mundo se mueve más deprisa.
Para entender este efecto debemos comprender cómo funcionan las células que nos permiten ver: los famosos conos y bastones que conocimos en el colegio. Los conos son los responsables de la visión diurna y en color. Los bastones lo son en condiciones de baja luminosidad. Es decir, de noche.
Después de un largo día donde el ojo ha estado captando luz continuamente, a la que nos quedamos a oscuras no vemos nada. Nuestra retina se ha acostumbrado a tanta iluminación que puede tardar minutos, o incluso horas, a adaptarse a la oscuridad. Se queda parcialmente “ciega” cuando queremos mirar algo directamente.
En este punto entran en acción los bastones. Están repartidos por toda la retina. Aunque no nos permiten ver con mucha agudeza, son muy sensibles a la luz. Cuando estamos a oscuras son capaces de ver objetos que nosotros mirando directamente no podemos apreciar. Haz la prueba. Solo se pueden ver a reojo. Es decir, a oscuras siempre vemos mejor en la periferia de nuestro campo visual.
Cuando nos movemos a cierta velocidad durante la noche, buena parte de la imagen que vemos es lateral porque el centro está aún resentido por la luz diurna. Y como todos sabemos, a reojo los objetos parecen moverse a una mayor velocidad relativa respecto a nosotros que los que tenemos en frente a kilómetros. Recuerda las estrellas de Star Wars.
Por esa razón aparece la sensación de velocidad nocturna, porque vemos mejor los objetos laterales que son precisamente los que parecen moverse más rápidamente.