A pesar de la pertinaz insistencia de la crisis en amargarnos la vida y de la más que evidente abundancia de telarañas en los fondos de las arcas municipales, el ejercicio de imaginación pictórica al que ayer sometió Zoido a los medios al efectuar el balance de sus dos primeros años de mandato estuvo de más. Sobre todo la parafernalia de reunir en el salón de plenos a todo su séquito, como si se tratara del acto de bienvenida a una tripulación que regresa tras una estancia de años en el lejano espacio sideral.
El Alcalde, con ese hablar cercano y coloquial que le caracteriza, realizó un dibujo con trazo grueso de una ciudad idílica e inexistente que se derrumbaba como un castillo de humos a poco de que quienes lo escuchaban asomaran sus narices a la calle. Es de agradecer el intento del primer edil de levantarnos a moral a los depauperados ciudadanos que sobrevivimos en la inopia a la que parece condenarnos esta Sevilla anegada en su tiempo propio, pero a veces es conveniente ser comedido en los halagos de uno mismo, si no se quiere correr el peligro de pasarse tres pueblos.
Porque si lo más extraordinario que le ha pasado a esta ciudad en los últimos tiempos es el bienio zoidiano, como parecía empeñado en transmitir el Alcalde en su discurso de ayer, y “lo que queda por venir es lo mejor”, como afirmó poco después, apañados vamos. Tan sólo hace falta echar un vistazo lo ocurrido en ese período en las calles de esta sacrosanta ciudad para darse cuenta que no son cielos despejados precisamente los que vienen.
Zoido tiro de manual para estos casos, aquéllos en los que se tiene poco o nada que decir porque lo que se impone por sí misma es la realidad cotidiana de una ciudad que intenta sobrevivir a la crisis con cierta apatía y con una evidente y general escasez de ideas. También de recursos, no lo vamos a negar.
Con ese panorama, lo que tocaba era proporcionar carnaza fresca para los voceros oficiales y tirar del enfrentamiento político entre administraciones y de la ya famosa herencia recibida. Es decir, echar balones fuera ante la falta de un relato mínimamente creíble. Porque la afirmación de haber cumplido el 60% de lo prometido en el programa electoral, a poco que uno haya visto lo prolijo y extenso del mismo y el innumerable reguero de promesas que hizo de motu propio el Alcalde a pie de calle, no se lo cree nadie.
Se agradece que Zoido diera la espalda al plasma y se plantara ante los periodistas, dispuesto a contestar cuantas preguntas se le formulasen. Lo mismo que el haber cambiado de manera radical el clima laboral existente a su llegada en la mayoría de las empresas municipales y esa sana y persistente obsesión en sanear las cuentas municipales a velocidad de vértigo.
Pero en una ciudad con casi 90.000 parados y con unos niveles de exclusión social cada vez más alarmantes no basta con presentar algunos datos casi anecdóticos y un fuerte acopio de buenas voluntades que de poco sirven en la práctica. Y tampoco es de recibo esbozar el trampantojo de una ciudad soñada en la que todo funciona como un reloj, no vaya a ser que nos dé por creérnoslo y luego, ante la evidencia del día a día, resulte aún peor.
La confesión más aplastante de lo que ocurre en la ciudad la soltó el regidor casi entre líneas. “Yo sólo no puedo sacar a Sevilla adelante”, dijo. Y es posible que tenga razón, igual ni todos juntos podemos. Lo que habría que cuestionarse entonces es la cansina estrategia del “y tú más” y la incapacidad de esta clase política para llegar a acuerdos amplios y efectivos que le sean útiles a la gente de cara a soportar el sopor insufrible de esta crisis. Claro que para eso no era necesario convocar a toda la prensa en el salón de los terciopelos dorados como si de la celebración de una onomástica se tratara.