Revista Deportes
A mí me hacen feliz los toreros que banderillean, tal vez sea por la emoción del enfrentamiento sin "engaño" (o sea sin trapo de por medio), el cuerpo solo, el minotauro y sus doncellas. Vistos desde la tele los toros no son lo mismo pero igual no se puede huir del golpe emocional.
Desde hace ya algún tiempo Rafael Ortega se acerca más y más a la muerte, al menos en cada corrida que he asistido (toreando él, claro) lo he visto ser revolcado, empitonado, ¡vaya! en apuros pues. La sola idea de su muerte me aterra, él es uno de los toreros con los que he crecido, para mí siempre ha sido la alegría y el valor que se desborda sin piedad ni reproches en el ruedo. El pasado domingo lo vi como distraído, como alejado o será que demasiado ensimismado como para quitarse y calcular bien la embestida del toro. No sé.
Yo creo que uno como taurino siempre se preocupa por sus toreros, bueno por los toreros. Pero siempre presta más atención a cada gesticulación, cada movimiento, cada mirada, cada verónica, cada tambaleo, cada paso adelantado, cada cada de SUS toreros. Me pasó también con David Silveti (pero no hablaré de él, es demasiado por el momento). Ahora sólo diré que Rafa Ortega me ha tenido con el corazón en la boca, con el estómago hecho nudos, con el alma asustadísima. Este domingo señores, no fue diferente, qué susto. Y ahora sí se fue en blanco, no logró cuajar nada. Una cicatriz por detrás de la oreja le recodará esta tarde, no hubo orejas para el tlaxcalteca.
El Fandi con sus maneras siempre carismáticas tuvo sus momentos -que a veces me parecen un poco forzados- como lo del sombrero que pidió para poner banderillas ciertamente es una antigua estampa pero no me convenció del todo. Su segundo toro le valió una oreja, admitiré que me quedé dormida -es lo malo de estar en casa, cómoda y solita- y no lo vi.
Estos toreros que sí ponen banderillas partieron plaza junto a Manuel Martínez, hijo de Manolo Martínez -el último de los grandes de la época de oro del toreo en México- pero no fue su tarde. No tengo nada en contra de las dinastías, creo en ellas, pero lo cierto es que (apartándome de la solemnidad de su apellido) Manuel no le pudo sacar nada a sus toros y la gente de la México, tan dura como siempre, se volcó en su contra. Le gritaban "¡Manolito!" burlándose, hiriéndolo. Qué difícil ha de ser cargar con ese peso, pero igual es tan sólo una infortunada tarde de toros, igual y en proximas fechas nos cautiva. Qué incómodo.
Los toros siguen sin emocionar, aunque hubo uno que tumbó al del castoreño dos veces y soportó varios puyazos arrancándose de largo, buscó pelea. Pero ya con los trapos no logró nada.
Mañana tal vez haya más suerte.