El crecimiento explosivo de Collblanc-Torrassa ( ver Collblanc - Torrassa, historia del barrio más revolucionario de L'Hospitalet ) a base de inmigrantes pobres provenientes del interior de Catalunya, Murcia y Almería, que venían como mano de obra para los campos del delta, la industria y las obras del metro, hizo que en muy poco tiempo el barrio se superpoblase. Las condiciones de vida de una población hacinada, que habitaba en infraviviendas (cuando no directamente en barracas) y carente de cualquier servicio e infraestructura convirtió los sitiales en auténticos focos de infección, habida cuenta que las pésimas condiciones higiénicas de la población se juntaban con las aún peores condiciones sanitarias de unos negocios sucios e insanos en los que miles de ratas campaban como Pedro por su casa. Las quejas de los vecinos por los olores y los episodios recurrentes de infecciones como el cólera o el tifus pusieron los pelos como escarpias a los responsables sanitarios barceloneses que pidieron poner fin a los sitiales tanto de Santa Eulàlia como de Collblanc-Torrassa, no tanto para evitar la infección de la población vecina como para evitar que en caso de haberla, pasara a la acomodada burguesía barcelonesa.
Ante el poco interés para eliminar los sitiales por las bravas tanto de los ayuntamientos de L'Hospitalet como de Barcelona (los de L'H por el negocio que daban y los de BCN por el problema que se les venía encima con la gestión de sus residuos), el ayuntamiento de L'Hospitalet decidió forzar a que los basureros se trasladaran a un sitio alejado de las zonas urbanas, en un espacio al sur de la Granvia, por debajo de la Antigua Carretera del Prat y que tiempo a pasar daría lugar al barrio de Can Pi. El gran problema fue que los propietarios de los sitiales, conocedores de la imprescindibilidad de sus negocios y el elevado costo del traslado, adujeron derechos adquiridos y el bien común como forma de asegurar sus lucrativos criaderos de cerdos, por lo que el problema se fue arrastrando por los diferentes gobiernos municipales y estatales sin dar una solución real al asunto. Una nueva oleada de inmigración para las obras de la exposición Universal de 1929 (que llevaron a Collblanc-Torrassa a alcanzar los 21.000 habitantes y a Santa Eulàlia los 7.000 en 1930), junto a los problemas económicos y sociales derivados del crack bursátil de aquel mismo año, hicieron la situación insostenible: el paro, la miseria y el hacinamiento eran la pólvora que las ratas de los sitiales podían hacer prender en cualquier momento. Y lo hicieron.
El advenimiento de la Segunda República el 14 de abril de 1931 parecía que pondría remedio al serio problema sanitario de los sitiales, pero el descubrimiento de la primera afectada de peste bubónica en la Torrassa el 5 de agosto de aquel mismo año, hizo saltar todas las alarmas habidas y por haber.
Pese a los aislamientos, tratamientos y vacunaciones de afectados y gente próxima, el día 19 de agosto apareció una nueva afectada que atestiguó que había encontrado dos ratas muertas en una bala de trapos que manipulaba en la trapería que trabajaba en la calle Aprestadora ( Santa Eulàlia). Curiosamente, luego se desdijo, según parece por presiones del propietario que, sin duda, temía que le cerraran el negocio por la " bocachancla" de su esclava... estooo... trabajadora. Con todo, el goteo de casos de peste detectados durante agosto llegó a oídos de la prensa nacional, que se hizo eco de la noticia. Noticia que rizó los pelos de todos y cada uno de los responsables políticos municipales, tanto de Hospitalet como de Barcelona, forzando a que el Instituto Municipal de Higiene de la Ciudad Condal, con el doctor Francesc Pons Freixa a la cabeza, tomara las riendas a las exiguas fuerzas sanitarias hospitalenses de la tarea de erradicación del brote de peste bubónica de Hospitalet.
La crisis de la peste de 1931, que según parece se inició en la trapería Can Pantinat (la de la calle Aprestadora) tuvo tres brotes, distribuidos entre agosto, septiembre y octubre de aquel año, que causaron 26 afectados (14 de L'Hospitalet y 12 de residentes en puntos dispersos de Barcelona) de los cuales 7 murieron (5 hospitalenses) y 12 enfermos graves. La epidemia, contrariamente a lo que ha trascendido, si bien se descubrieron los primeros casos en la Torrassa, no fue el barrio hospitalense con más afectados. De hecho, el foco principal se dio en Santa Eulàlia con 12 enfermos (de los cuales 4 murieron), en los alrededores de las calles Aprestadora e Independencia, en el lugar donde se acumulaba el mayor número de sitiales y traperías de todo Hospitalet.
Sea como sea, las autoridades sanitarias, aparte de las campañas de aislamiento y hospitalización, emprendieron una campaña de desratización masiva de los sitiales y las acequias que les suministraban el agua, que acabó con más de medio millón de ratas muertas en el periodo entre septiembre de 1931 a febrero de 1932. Por su parte, el ayuntamiento de L'Hospitalet intentó poner fin a la llegada de basuras a los sitiales, llegando a prohibir la entrada de carros con desperdicios a partir del primero de enero de 1932 y obligando a su traslado al nuevo barrio de Can Pi, al otro lado de la Granvia ( ver Granvia Sud, historia del barrio sacrificado a los intereses de Barcelona ). Unas medidas que no impidieron la continua llegada de basura barcelonesa por presiones del ayuntamiento de Barcelona (que no sabía dónde meter tanta mierda), y que no se hicieron efectivas hasta el 1936 -y de manera parcial-, cuando la Guerra Civil lo envió todo al garete.
Acabada la guerra, el problema de los residuos urbanos de Barcelona seguía igual y el franquismo no lo solucionó. De hecho, en 1962 aún entraban en L'Hospitalet 500 toneladas de basura diarias que iban a parar al centenar de sitiales que aún trabajaban repartidos por Collblanc, Santa Eulàlia y Can Pi. Con todo, el aumento de población tanto de L'Hospitalet como de Barcelona y la cada vez mayor presencia de plásticos entre las basuras hizo que el uso de estos residuos en los sitiales fuese totalmente inviable. Una situación que recibió la puntilla cuando, a mediados de 1961, una epidemia de peste porcina obligó al sacrificio de unos 40.000 cerdos de los sitiales hospitalenses (con su consiguiente entierro en gigantescas fosas comunes) y a prohibir la alimentación de cerdos para el consumo humano con desechos urbanos. Todo ello provocó el cierre progresivo de estos negocios y acabó por forzar a la Barcelona de Porcioles a habilitar las antiguas canteras de Montjuïc como insalubres vertederos urbanos ( ver La pútrida avalancha de Can Clos ) donde deshacerse de la colosal cantidad de basuras producida por la ciudad, hasta la apertura en 1974 del desastroso vertedero del Garraf ( ver El dulce mar de La Falconera ).
En definitiva, que el asunto de la peste bubónica de Hospitalet simplemente fue la culminación de la visión barcelonacentrista y paternalista de la capital catalana para con las poblaciones que la rodean. Hospitalet, convertido por proximidad a la capital en el patio de atrás de la gran urbe, acaba por ser utilizado como periferia fungible que actúa como primera línea de contención de lo que no quiere en su interior: lo pobre, lo sucio, lo enfermo. En pleno siglo XX la oportunista gestión de las basuras barcelonesas acabó provocando en Hospitalet una epidemia de peste negra como si fueran los años más oscuros de la Edad Media y que durante años fue silenciada como vergüenza que nadie quiere mostrar. Casualmente, durante la pandemia de Covid del 2020, los barrios hospitalenses de la Florida, Pubilla Cases y Collblanc-Torrassa fueron las zonas con más alta afectación de toda el Área Metropolitana.
Un poco más de orgullo hospitalense y un poco menos de servilismo harían mucho bien a la tan cacareada -pero tan ninguneada- segunda ciudad de Catalunya.