Revista Cultura y Ocio

La silla blanca

Publicado el 29 junio 2024 por Rubencastillo
La silla blanca

En el corazón de cada madre o padre palpita durante años la ilusión de ver cómo su hija o hijo crece: es la secuencia lógica. En el corazón de cada hijo o hija llora la languidez desolada de ver cómo su madre o padre se reduce, se erosiona, se acerca a la extinción: también es la secuencia lógica. Estas dos pulsiones polares (el anhelo y el desánimo) se hallan presentes en el delicado poemario La silla blanca, del que es autora Teresa Vicente y que publica con exquisitez el sello Balduque, en su colección Sudeste.

Nos encontramos en sus páginas la crónica minuciosa de una declinación: la que protagoniza la madre de la escritora (94 años), en su camino descendente por la escalera de la vida. En unos poemas hondísimos, de brevedad acongojada, la poeta nos habla de órganos que se van estropeando, piernas que se niegan a todo movimiento, soledades ubicuas, necesidad de ser cuidada por personas ajenas a la familia y toda la penosa caravana de dolamas y alifafes (como diría Azorín) que asaltan a quien se aproxima a la última vuelta del camino. A veces, la madre mira con ansiedad todos los árboles de su entorno, con gesto inusual. Y cuando su hija le pregunta qué hace ella responde: “Quiero guardarlo todo en la memoria, / ya no volveré a verlo” (poema V). A veces, la hija resumirá su indesmayable vigilancia amorosa (comida, aseo, medicación) en una frase llena de aflicción: “Al final solo miro si respiras” (poema VIII). A veces, se nos explicará cómo la anciana decidió amoldarse a la postura yacente, huérfana de fuerzas (“acostumbrándote a la postura de la eternidad”, poema XVIII). Y todas las lágrimas, todos los desvelos, todas las rememoraciones, todas las rendiciones, llegan a su delta en el poema final del volumen, que no puede leerse sin escalofrío: “Me rompes el corazón / cuando dices: / -¿Ya te vas, nena? / -Me voy, mamá; / me voy, me llama la vida”.

La silla blanca es un poemario conmovedor, universal y humanísimo, lleno de burbujas de tristeza, que entra por los ojos y se instala directamente en el corazón.


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