“En el orden está Dios” decía mi abuela cada mañana al levantarse. Su rutina durante el día se parecía más a un ritual religioso que un simple acto de inercia como a muchos nos pasa. El realizar sus quehaceres diarios significaba más un acto de amor que un deber por cumplir. Se despertaba a las cinco de la mañana para rezar el rosario, y a las seis en punto se levantaba de la cama para empezar con su día. Siempre la misma historia. Chorreaba el café, se comía algo, se duchaba, se secaba el pelo bajo los primeros rayos del sol, le hablaba a sus matas y empezaba a lavar la ropa a mano. Sus primeras notas en la ducha las compensaba el sonido del agua y el eco que formaba el cuarto de baño, pero ya para cuando el sol había calentado su piel, no había nadie que se escuchara en toda la casa más que los cantos de la abuela Yiya. Su diálogo con Dios lo adornaba con canciones y el gusto que tenía por servirle lo reflejaba en todo lo que hacía.
En las enseñanzas del budismo Zen, se habla de la simpleza del ser mediante la liberación de la mente. “Mu” en Japonés significa inexistencia, vacío, cero. Cuando el artesano crea su obra maestra debe de tener su corazón puro, libre de pensamientos y sentimientos que podrían ensuciar el espíritu de la obra. Este concepto “Mu” se podría interpretar de igual manera como estar en el presente. Sólo come cuado comas. Sólo barre cuando barras, sólo duerme cuando duermas. Los pensamientos no son más que creaciones de la mente. Mucha mente nos atrapa en realidades distorsionadas y nos crea discapacidad en los sentidos, enfermedades en el cuerpo, así como en el corazón. La simpleza en el ser nos abre el camino para estar más en contacto con nosotros mismos. Ese acceso continuo es lo que nos conecta con la satisfacción, la bienaventuranza, y por ende Dios.
Cuando hay menos es más simple. Cuando hay simpleza hay más orden. Cuando hay orden hay facilidad y perspectiva. Sólo imagínense su mente como el punto de partida hacia su corazón. Emprendemos el viaje pensando que será placentero y que llegaremos rápido al destino, pero el mapa se nos perdió, y por más que manejemos hacia el corazón, el camino parece interminable. Callejones sin salida por todo lado, los semáforos medio locos y algunos totalmente sin funcionar. Pareciera que damos vueltas y vueltas volviendo al mismo lugar. Ahora, imagínense el escenario contrario. Partimos con el mapa a mano, sabemos de antemano cuáles atajos tomar, las calles están perfectamente nombradas y los semáforos funcionan a la perfección. ¿No creen que ir y venir sería tan fácil que estaríamos más felices que frustrados?
Lo único que diferenciaba la rutina que tenía mi abuela de las demás personas, era que para ella, no había nada igual todos los días. Su rutina le daba simpleza de corazón y paz mental. No tenía que ponerle mucha mente en cómo iría a sobrevivir al aburrimiento de ese día y daba acceso libre a descubrir pequeñas revelaciones mediante el quehacer diario y el diálogo con el amor. Su plenitud se reflejaba en el cariño que ponía en sus comidas y aunque las duchas por las mañanas no sonaban como un coro de ángeles, tenían el poder de traerme al presente. ¿Será por el “Ay Agüe que feo que cantas por las mañanas”?