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No percibir ni reconocer la singularidad de cada alumno es un hecho evidente de falta de compromiso con la docencia y con la vida misma. Al igual que en la sociedad nos encontramos con todo tipo de personalidades, un aula puede ser perfectamente una muestra representativa de esta, en la que cada alumno posee un sello que le distingue, una particularidad, rareza, diferencia, excentricidad, originalidad o extravagancia. Sin embargo, lo que percibimos a diario es la obcecación en la uniformidad, todos por igual. Parece que existe un miedo a marcar diferencias entre los alumnos, y con eso solo conseguimos que no dé cada uno lo mejor de sí.
El profesorado tiene que admitir que cada uno puede dejar su huella personal dentro del aula y con eso contribuir al bien común del grupo; nutrirse unos de otros. Pero si durante las horas lectivas sólo nos dedicamos a escuchar y responder a las preguntas del profesor, nunca se podrá explotar el potencial del alumno individualmente. Seguir leyendo...