La revolución de la técnica ha permitido construir esta suerte de pareja a la centenaria y famosa sirenita de la capital danesa, que para más señas, parece que pestañea cada hora. Vi, por vez primera, la conocida estatua hace ya bastantes años, casi demasiados, y me sorprendió lo poco visible que hubiese resultado al caminante, de no verse rodeada de turistas disparando sus cámaras fotográficas sin parar. Uno piensa si este compañero viene a descargar de flashes incómodos a la pobre sirena, que debe estar hasta el moño de tanta visita. El Manneken Pis es una ridiculez que tampoco llamaría la atención si un nutrido número de visitantes no estuviese mirando algo colocado en una pared gris. Poco que añadir al famoso toro de Teruel, que existe y es muy bonito, pero se encuentra todavía con más dificultad porque el número de interesados en admirar la pequeña estatua es significativamente menor; se conoce que Teruel no es Copenhague, ni Bruselas, y eso se nota. La pareja que encontraron a la sirenita danesa me parece hortera, la verdad, y no tiene el encanto del bronce centenario; el niño meón belga es, cuando menos, de gusto dudoso. Nada es comparable a sentarse en una terraza a la sombra, junto a la Giralda y a una manzanilla que despierte el alma y avive el espíritu; se entiende que la civilización haya empezado en el sur. Desde luego, la vieja y fría Centroeuropa puede llegar a ser interesante, pero siempre resultará escandalosamente menos hermosa.