He sido sobre protegida y he sufrido mucho mi sobreprotección y por mi sobreprotección.
Pongámonos en antecedentes: nací en un país germánico donde mi madre tenía serios problemas lingüísticos. No se entendía con nadie que no hablara castellano, por tanto la única referencia que tenía sobre crianza era la experiencia de su madre (vivió hasta mis dos años y medio), su hermana mayor (muy de dejar que los niños se críen solos) y mi padre (que nunca intervino más que para hacer las cosas como en la post guerra, donde fue criado junto a otros diez hermanos).
Mi madre es amante de sus hijas hasta un punto ciertamente enfermizo, no soportaba que nada me ocurriera. Dice que conmigo aprendió para la segunda… Pero llegaba a tal punto la cosa que cuando yo me caía, cuentan las lenguas, que tenía que consolar yo a mi madre.
Esa etapa no la recuerdo, pero sí recuerdo escenas muy claras de estar en el parque y sentirme limitada. Recuerdo que veía cómo otros niños hacían cosas a mi edad sin tener a sus madres todo el rato al lado, cómo jugaban entre ellos sin tener una permanente vigilancia y, sobre todo, sin que estuvieran limitando les cada paso que daban. Subían a árboles, yo también quería subir a árboles, parecía muy divertido. Y todos los días iba corriendo (huyendo) al mismo árbol para intentar subirme y cuando daba un paso más que el día anterior ahí estaba mi madre aplaudiendo… Se me quitaban todas las ganas de seguir y ahí me cogía de la mano y me bajaba.
No, no disfrutaba una pizca. Quería mi espacio, NECESITABA mi espacio.
Quizás haya alguien en esta vida que estar vigilado 24 horas al día le gustaría… yo no soy de ésas. No me ha pasado nada en mi infancia, no tengo nada que contar, sólo tengo la incesante sensación de que me he perdido todo y que he vivido dentro de un muro infranqueable. Un muro de cristal donde yo no participaba de nada de los demás.
Ojalá los problemas se quedaran ahí, en mi forma de recordar mi infancia… Pero no, ha tenido secuelas cuando me desaté y solté las alas.
Cuando por fin pude vivir el mundo de primera mano lo primero que me sorprendió es lo indefensa que estaba ante él. No tenía ninguna seguridad en mí misma y lo último que quería eran consejos de mi madre. Así que me dejaba recomendar por cualquiera que no fuera ella. Obviamente los batacazos iban uno detrás de otro, pero me sentía feliz por no tener detrás mía la eterna sombra materna. Hacía cualquier cosa contraria a lo que había hecho hasta entonces, la sensación de libertad es indescriptible.
¿La he echado de menos en algún momento? Jamás, nunca, todavía no. Han pasado 8 años desde que he dejado de vivir debajo de su techo y me he sentido tan indefensa por estar aprendiendo cosas que el resto del mundo no entendía cómo no había vivido eso antes, que lamento no haberlo hecho antes (y eso que era imposible). He tenido que aprender todos los valores y los principios prácticamente de nuevo, porque, aunque los tenía, no estaban bien integrados dentro de mí. Lo cual implica sufrimientos, mucho sufrimiento, que podría haber vivido antes y no hacerlo pasar también tan mal a la gente que ha intentado acompañarme.
Quizás hasta no habría sido maltratada.
Ante mi vivencia, quiero que Bebé Fúturo viva, experimente, se caiga, vuele alto y sueñe con fuerza. Estar a su lado (de lejos) mientras se da sus batacazos y que sepa que puede confiar en mí para que, tome la decisión que tome, no se la voy a manipular. A día de hoy soy la única que le lanza por el aire, que le pone cabeza abajo y que le “tira” al suelo para que le arranque los pelos a Gatita Negra. Para conseguirlo, aparco el miedo, porque yo también tengo miedo, pero el miedo no va a conseguir que me paralice, sólo que tenga siete ojos. Para eso es para lo que sirve el miedo…