Las cosas y las acciones son lo que son, y sus consecuencias serán lo que hayan de ser. ¿Por qué, entonces, deseamos engañarnos?
Obispo Butler
Escuché una reflexión que no por simple deja de ser sabia: “el primer humano que arrojó un insulto en lugar de una piedra, inventó la civilización”. El mundo se asoma al abismo, la invasión militar de Rusia a su vecino Ucrania nos tomó por sorpresa y desencadenó una ola de situaciones sin control, los estadounidenses, por lo general muy solícitos a la hora de andarse “picudeando” con otros países, han sido prudentes. Y no me refiero a las declaraciones públicas, que para eso ya se han llenado la boca con la frase “tercera guerra mundial”. Bien que saben que todo mundo se hace del dos en los pantalones nada más de imaginarse viendo la nube de hongo en el horizonte.
Seamos honestos, nadie quiere un conflicto global, mucho tienen por hacer aún las élites de cada país para seguir explotando a sus respectivos pueblos miserables e ignorantes. Y a pesar de que la mayoría de la gente, (al menos en México) siguen pensando que los rusos son comunistas, socialistas o marxistas leninistas, deberían saber que son más capitalistas que el papa Fancisco y lo único que prevalece del antiguo régimen, es ese gobierno que emergió de la extinta KGB.
Por mucho que el presidente Valdimir Putin pretenda establecer el discurso de que la reciente operación militar va en auxilio de los rusos que se quedaron detrás de las fronteras con Ucrania y están padeciendo un genocidio, lo cierto es que actúa en consecuencia al acoso sistemático de sus enemigos, que al parecer no esperaban la reacción rabiosa del zar. Como sea, sin pretender ser un experto analista hay algo que sabemos de cierto, un conflicto militar a miles de kilómetros de San Luis Potosí termina impactando la economía local.
Si derivado de los eventos en Europa sube el barril de petróleo, seguro aumentará el precio de la gasolina y eso impactará todos los productos necesarios para la subsistencia diaria, aquí nadie se va tentar el corazón a la hora de subirle tres o diez pesos a un kilo de chile serrano o a una lata de atún. Si se trata de no perder y querer ganar algo más, hasta en mi colonia pobre don Beto el de la tienda sabe que la guerra genera grandes oportunidades de negocios, sobre todo para los acaparadores. Si el conflicto no se resuelve en menos de quince días, ya no habrá reactivación económica y la dinámica será la economía de guerra.
El desempleo y la desigualdad social son el campo fértil para que proliferen conductas violentas y desesperadas, evidentemente una pandemia como la que aún no logramos superar deja una serie de secuelas que no hemos calculado con precisión. Hay empleos que se volvieron más que necesarios, imprescindibles, y hay profesiones que se volvieron inútiles, como el diseñador gráfico, el comunicólogo y el decorador de interiores, digo, no pretendo ofender a nadie, pero hay cosas en las que no se piensa en una situación de crisis. Obviamente, el cantinero, el macuarro y la cocinera siempre tendrán un lugar especial en cualquier escenario probable.
La semana que recién concluye me impactó por tres eventos que no tienen nada que ver entre sí, ni con la invasión a Ucrania, pero tal vez. La primera, el video de un presunto ladrón siendo castigado por una célula de algún grupo criminal. Se hacen llamar los “rusos” y al joven lo atraparon por el rumbo de la colonia progreso de la capital potosina, a juzgar por sus nalgas descubiertas y rojizas le aplicaron el tormento conocido como “tablear”. Quizás presintiendo la cercanía de la muerte confiesa todo, lo que le indiquen, hasta los crímenes de un antiguo cómplice. Lo que sea con tal de aferrarse a un último instante de vida. Por un momento casi logra provocar un poco de lástima al extraviado espectador. No se sabe si fue liberado y anda por ahí “rengeando” o si fue ejecutado con saña. Ya no quise averiguar.
Un hombre pasea tranquilamente con su perro por la avenida Himalaya, es de noche y se advierte por la imagen publicada por un medio digital, que hay algún tipo de advertencia, un grito, un rechinar de llantas, un ladrido o un escalofrío en el espinazo. De manera instintiva el sujeto intenta jalar a su perro, pero al no lograr que reaccione lo abandona, y se tropieza, cae, se levanta y huye desesperado. Los secuestradores prefieren evitar la fatiga, ni se les ocurre disparar (afortunadamente), ni continúan la persecución, prefieren volver a su vehículo. Quizás más adelante encontraron a alguien con menos suerte.
El superdelegado Gabino Morales se presenta ante la Fiscalía General del Estado a denunciar el robo de un vehículo de su propiedad que fue arrebatado a uno de sus asistentes, a punta de pistola y en plena ciudad, bájate y correle. Habiendo pasado el estupor del momento el empleado reacciona y recuerda que dejó su teléfono en el automóvil y logra rastrear su dispositivo móvil y así ubicar el vehículo en un taller mecánico por el rumbo del barrio de Tlaxcala.
El delegado del bienestar corre con menos suerte, ni siquiera logra que lo atiendan en la fiscalía y solo le informan que vaya hasta el día siguiente muy temprano para que le den turno a ver si como al mediodía le pueden recibir su denuncia. Eso le pasa por ir sin avisar, le dieron trato de ciudadano. Habrase visto semejante ocurrencia. Ya no se supo si recuperó el automóvil, si atraparon algún delincuente (lo dudo), o si de mínimo logró poner la denuncia correspondiente (lo cual parecía muy complicado).
La violencia criminal y la incompetencia de las autoridades conforman la fórmula perfecta para hacer que los delincuentes progresen y se multipliquen, la forma en la que opera el crimen organizado en la ciudad solo hace suponer que existe la colaboración de las entidades dispuestas por mandato de ley para combatir el delito. Mientras tanto, el gobernador Ricardo Gallardo Cardona está más preocupado por arreglar el parque de la ciudad, construir un Cristo del tamaño de nuestros pecados y proveer al estado de un cementerio para gatos, perros y canarios.
Fue hace algunos meses que el gobernador anunció que pronto tendríamos un grupo especializado para combatir al crimen organizado, se lo creímos “a medias”, pero si las cosas no cambian, perdón por ser mal pensado, pero todo indicaría que ya se vendió la plaza y somos la granjita de un nuevo cartel político.
Ah si, los rusos, que contraten a los rusos, aunque sea para mínimo tablear a los criminales del fuero común. Quien quita y a ellos sí les hacen caso.