El periodista no está llamado a resolver las crisis, está llamado a decirlas. Vicente Leñero
La libertad de expresión no existe, son los papás. Nunca en la historia de la humanidad existió la posibilidad de estar comunicados como hoy, el internet, las redes sociales, la fibra óptica, los satélites y los microchips, permiten la interacción con otras personas a miles de kilómetros de distancia. Pero también, nunca hubo una sociedad más ignorante y degradada como ahora. Los smartphones han llegado para invadir todos los aspectos de la vida, así que la mayor parte de las cosas que sabemos (y creemos) nos llegan por esa vía. Somos idiotas funcionales.
Acompañé recientemente a un grupo de amigos periodistas a un desayuno – kermesse que generosamente convidó el ayuntamiento de la capital que preside el alcalde de la capital Enrique Galindo Ceballos, y en realidad no sólo preside el gobierno municipal, también hace de maestro de ceremonias, es la mano Santa en las rifas, técnico de sonido, es la quinceañera y el chambelán, todo, y nadie le ayuda. O no se deja.
Gran parte de los invitados, funcionarios municipales que siguen a todas partes a quien llaman “maestro Galindo”, no dejan de mirarlo con admiración, o sea, saben hacer su trabajo. Más que un grupo político parecen una secta. Los periodistas, los homenajeados, disfrutaron con jocosa algarabía su fiesta, no hubo menciones a los caídos en el cumplimiento del deber, ¿para qué ponernos tristes?.
Según organizaciones no gubernamentales y hasta la Unión Europea, México es uno de los países más peligrosos para ejercer el periodismo, y sobre todo para aquellos que se acercan más a la verdad, los que hacen periodismo independiente. Aquellos que trabajan para medios importantes, (de esos que son parte de los activos de algún político renombrado) no tienen de qué preocuparse, quiero decir, corren el riesgo de ser asaltados en la calle por algún drogadicto. Nunca he sabido que se asesine a un periodista por publicar boletines oficiales para ensalzar a políticos y gobiernos.
Los periodistas independientes en México son una cosa aparte, o están locos, o son suicidas, o se creen que la virgen los protegerá con su manto sagrado. A veces se meten hasta las entrañas de algún putrefacto asunto y casi siempre se toman personal cualquier conflicto en que se ven involucrados. Desarrollan una fijación contra cualquier figura de autoridad que representa el poder, el abuso arbitrario y sistemático de los entes públicos y sobre todo, contra quien se atreve a “ningunearlos”.
Sin embargo, hay que tragar, o el periodista en cuestión se busca un empleo que permita subsidiar el otro, o termina por relacionarse con algún político o personajes oscuros que siempre pululan buscando alguien con prestigio para usufructuar su capital político y credibilidad. El periodista si es inteligente, sabrá poner precio a su dignidad, saldrá del agujero inmundo de la mediocridad y quizás, hasta se lo lleve algún mecenas a la burocracia. No lo digo al tanteo, pasa todo el tiempo.
Pero acá en el piso 18 del hotel Fiesta Americana el baile se celebraba con apuro y con esmero, yo me imagino que colocaron un funcionario municipal por mesa, para que les hiciera plática a los periodistas, que compartiera su experiencia personal en el arduo trabajo de administrar la ciudad, todos andaban muy “chiveados”, excepto el petimetre animador personal de la alcaldía, ese sí, muy diligente y atrevido, por un instante me pareció que el jefe lo iba a poner a bailar (al fin gallo) el “gallinazo”.
Yo me imagino que así fue el evento del gobierno del estado, tal vez los obsequios fueron un poco más costosos y en efectivo, aunque siempre sucede una característica curiosa, no importa lo que se festeje, no importa el lugar o la temporada, el homenajeado siempre será el gobernador. No lo crítico, solo digo que eso también es arte.
Pero volviendo a la libertad de expresión, es un derecho fundamental y aunque hay muchos países donde eso está prohibido, al menos aquí sí tenemos la certeza de que está establecido en la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos. Que algunas personas por voluntad propia decidan desistir de su derecho a opinar libremente, eso es cosa de cada quien, la ley suprema no prevé ninguna sanción para el que prefiere quedarse callado. Caso distinto si tratas de obligar a que otro se calle.
La libertad de prensa es una extensión del magno derecho a decir lo que uno cree, piensa o está convencido, con una diferencia, está sujeto a normas más específicas y garantistas, tanto para el periodista como para la víctima de alguna crítica editorial o denuncia. Por ello ya no se puede publicar las fotografías y nombres de las personas presuntamente responsables de algún delito. Tampoco las imágenes o videos donde se atente contra la dignidad humana o animal, porque son seres “sintientes” y podría causarse algún daño psicológico de difícil reparación.
Igual pasa con los políticos acusados de corrupción, ahora no basta con que el periodista o el medio sea el portavoz de alguna denuncia, necesita forzosamente contar con un acervo documental que soporte la veracidad de la afirmación. Es verdad que alguna vez se han cometido errores y se acusó falsamente a un personaje de la vida pública pero, seamos claros, estamos hablando de políticos, no tienen sentimientos.
Los periodistas de ahora, deben contar con más recursos que la Auditoría Superior del Estado (ASE), el florero que pusieron ahí como encargada del despacho no ve más allá de sus narices y ya de por sí la señora está muy chata. La contadora Edith Virginia Muñoz Gutierrez va por la vida con un par de monjas clarisas que la auxilian en todo. Desde arrimarle sus medicamentos para la presión, hasta echarle aire con el abanico. La señora parece inimputable, casi no se le conoce la voz y rara vez habla sobre algún tema relevante, y eso que es la encargada de revisar las cuentas públicas, ahora sí que: ¿en manos de quién estamos?
Pero volviendo al periodismo potosino, pasquinero, gregario, sumiso, pues no hay mucho que festejar, hasta los premios estatales se reparten entre las empresas de los que integran el comité de evaluación. Ahora todo es muy transparente, y hacer que todos actúen conforme al guión, no es difícil, mientras se reparta el dinero que el gobierno del estado distribuye como embute disfrazado de premio, todos (y todas) estarán contentos.
En fin, la libertad de expresión es una derecho inalienable e inmanente de todo humano mexicano, se ignoran los alcances de esa garantía en las redes sociales, ahí opera un mecanismo de censura que casi ninguna ley del mundo ha previsto, la censura digital, arbitraria, sin reglas claras, sin tribunal, sin derecho a ser oído y vencido en juicio, el algoritmo emite una sentencia en cuestión de segundos y será como la palabra del señor, inapelable. En Twitter, Facebook o cualquier otra, la incorrección política se castiga con la ignominia.
Está claro que al menos en esta ciudad todos tenemos derecho a decir lo que pensamos, a los periodistas los asiste el derecho a divulgar información sin mayor requisa que las excepciones de la ley, o que se atente contra la dignidad o la información pueda alterar el debido proceso de alguna investigación ministerial o juicio en proceso. Pero, “que más que la verdad”, todos nos auto censuramos, unos por conveniencia, otros por codicia, la mayoría por ignorancia y cobardía.