Revista Sociedad

La soledad de las victimas

Publicado el 28 mayo 2010 por Eko
Por mucho que queramos y mil sean las formas que utilicemos para evitarlo, la verdad es que en realidad, en el fondo, siempre estamos solos. Es cierto que pueden tenderse hacia nosotros manos amigas o palabras que en cierta forma nos reconforten. Pero lejos del rumor cotidiano con que nos envuelve la vida, al final del día, uno se queda a solas con sus pensamientos. Esa misma imposibilidad de que nadie pueda compartir nuestros más profundos sentimientos, miedos y deseos, nos convierte en esencia en seres solitarios. Puedes abrirte al mundo, compartir todo lo que tu alma alberga, pero nadie puede entrar en ese universo donde tu y tus circunstancias son el centro, y donde los altruistas consejos que se nos pueda regalar, adquieren tintes menos importantes de lo que creen quienes lo hacen.
Alguna vez os habréis encontrado dando algún consejo que sabéis que vosotros mismos no seguiríais si estuvierais en el lugar del destinatario. Se dan porque es lo que debe hacerse, casi como el que en un acto reflejo devuelve unos -Buenos días- a quien con anterioridad se los ha dado, pese a que el día en si pueda ser una mierda. Esa que pequeña verdad que os revelo, lejos de que podáis estar de acuerdo o no, adquiere mayor calado cuando la persona a la que se trata de consolar o ayudar tiene verdaderos motivos para sentirse profundamente mal. Quienes me hayan leído y seguido un poco sabrá que estoy casado con una mujer que sufrió abusos en su infancia. Hablar o denunciar esa lacra, para quienes no hemos pasado por eso, es como colgarnos una pequeña medallita. En un mundo de apariencias y caretas, a veces solo nos volvemos comprometidos por la simple imagen que eso da de nosotros mismos a los que nos leen. De ahí que crea de suma importancia la experiencia y la visión de aquellos que han pasado por una tragedia, sea abusos en la infancia o cualquier otra. Es entonces cuando los consejos vitales, aquellos que realmente ayudan y nos hacen crecer como personas de bien, realizan el viaje en sentido contrario. Las victimas, en cierta forma no están ahí para recibir nuestros consejos, ni para hacernos guardianes de una integridad moral de la que todos, en cierta forma carecemos. No podemos, ni siquiera imaginar, que es lo que ellas, las victimas, sienten en realidad. Así que ¿como aconsejar o ayudar?. En realidad tal vez sólo sea el escuchar, el intentar comprender, meterse en la piel de esa persona, la mayor ayuda que se les pueda dar. El mal ya esta hecho, y las victimas deben cargar con las secuelas y sus consecuencias toda la vida. Ellas son las que deben trabajar día y noche consigo mismas, desde la intimidad y soledad de sus pensamientos, por sobreponerse y salir airosas de la batalla. Yo he podido ayudar a mi mujer tanto como ella me ha podido ayudar a mi. Nuestras vidas, aparentemente tan distintas, nos ha convertido en personas esencialmente iguales. Ella es la victima y yo soy el que recibe lecciones, consejos y ayuda a través de su experiencia. Mi silencio, un abrazo, una caricia o un beso, es el único bien que le puedo dar, cuando su infierno se revuelve y le tortura. Sólo puedo mirarla y pensar que estará sintiendo, como será ese dolor que sufre.
Esta mañana, como casi todas las mañanas he conectado el ordenador, y entre la gente que sigo me he encontrado con el titulo de una entrada que me ha dejado, totalmente fuera de juego. El titulo decía "Se fue" y es del blog de una persona que pese a no conocerla personalmente, tenemos el honor, mi mujer y yo, de considerarla una amiga. Ella pasó lo mismo que mi esposa, es decir, abusos en la infancia, pero en su caso a manos de su padre. La entrada habla de la repentina e inesperada muerte de su progenitor y causante de todos sus males. En esos momentos, todas mis certezas se han venido abajo. ¿Que debía hacer, darle el pésame, alegrarme, consolarla...? Me he vuelto a dar cuenta de lo lejos que estamos los unos de los otros, y de la soledad que nos envuelve, por mucho que tratemos de suplir con quienes nos rodean. La muerte nunca es la solución, ni un castigo, ni una salida fácil. Cuando esta llega, siempre deja capítulos inacabados, conversaciones a medias, y siempre se lleva consigo verdades que sólo el difunto podía revelar. Así que no puedo alegrarme por la muerte de nadie, ni siquiera de aquellos que han hecho tanto mal. Me gustaría que siguiera entre los vivos, que pudiera llegar a darse cuenta del mal que ha causado y llegar a tener la valentía de pedir perdón con toda su alma. Pero tal vez, cuando haya sobrepasado ese umbral que nos separa de lo desconocido se haya reencontrado con la verdadera consecuencia de sus actos. Un consuelo, tal vez pobre, pero que no dejo de creer cierto.
Acabo con la única ayuda que puedo dar a quienes sufren, un silencio, un abrazo, una caricia y un beso, esperando que nunca dejen de aleccionarnos sobre la superación humana.

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