Revista Cine
Hace algo más de un año descubrí a David Markson por consejo del escritor y profesor Luis Ingelmo. Leí su admirable Punto de fuga y luego busqué La amante de Wittgenstein. Menos de doce meses después parece haberse puesto de moda en círculos minoritarios, sobre todo gracias a la traducción de La soledad del lector. Dos de esos libros han sido publicados por editoriales de América porque en España no hay interés por Markson (o eso parece). Este título, por cierto, se lo recomendé a Enrique Vila-Matas, sin reparar en que él siempre es más veloz que nosotros, y un lector más voraz, y por tanto ya lo había leído, e incluso se lo había recomendado a su vez a Javier Avilés.
La soledad del lector no difiere mucho de Punto de fuga: citas literarias ajenas, anécdotas de escritores, nombres de personajes, títulos de libros de culto, versos sueltos… Una maravilla. Aunque es una maravilla con un precio carísimo por aquello de ser de importación. La soledad de un lector nunca es tal porque siempre estará rodeado de las criaturas literarias: del recuerdo de escritores, de sus sentencias, de la compañía que hacen los libros. Eso es, más o menos, lo que significa este volumen. La reseña no sería muy distinta de la que hice para Punto…, así que a ella os emplazo. Y os dejo con algunas de las anotaciones de Markson:
Fue con Nelson Algren, no con Sartre, con quien Simone de Beauvoir tuvo su primer orgasmo.
Thackeray tuvo que pagar para publicar La feria de las vanidades. Sterne tuvo que pagar para publicar Tristram Shandy. Defoe tuvo que pagar para publicar Moll Flanders.
Simón el estilista, que pasó treinta y seis años sobre una columna de dieciocho metros en el desierto sirio. Casi todo ese tiempo con el cuerpo cubierto de llagas infestadas de gusanos. Sin que los gusanos hicieran otra cosa que comer lo que Dios les había destinado, dijo.
Beckett escribió Molloy, Malone muere, El innombrable y Esperando a Godot en menos de dos años a fines de la década de 1940. Mientras vivía casi sin más dinero que los pocos céntimos que ganaba su mujer cosiendo vestidos.
No darse cuenta de que el propio futuro ya es el propio presente ni siquiera cuando también ese presente se está disolviendo en el pasado.
Murphy, de Beckett, fue rechazada por cuarenta y dos editores.
¿Por qué al Lector le entristece darse cuenta de que es casi seguro que nunca vaya a saber cuál resultará ser el último libro que lea en su vida?
Prácticamente uno de cada dos libros en todas las bibliotecas del mundo se está deteriorando sin retorno a causa de la fragilidad y el grado de acidez del papel.
[Traducción de Laura Wittner]