El títere social ha sido liberado de las fuerzas persuasivas que durante dos semanas han tambaleado los pilares de su decisión. A pocas horas de ejercer su poder soberano, la marioneta de a pie, siente la soledad y el vacío nostálgico de las manos que han movido los hilos de su función. Sus emociones han sido alteradas por la retórica maquiavélica de los verdugos de su prisión, y su razón ha sentido el boicot mediático de la dialéctica para ganarse su aprobación. Mientras el votante emocional consulta en los recovecos de su corazón la justificación de su acción, el votante racional analiza resultados, compara programas y vota en consonancia con sus intereses existenciales.
La disyuntiva entre emoción y razón como variables explicativas del comportamiento electoral invita a la crítica a reflexionar sobre las estrategias de la campaña para tocar las fibras de los unos, los guiados por la emoción, y el sentido común de los otros, los movidos por la razón.
Nada más sensible que la voz en off de un niño o una niña en los videos de campaña conservadores y progresistas para conseguir la cercanía entre las élites políticas y el pueblo soberano. A través de la tierna voz de la criatura se consigue endulzar el discurso amargo de los escaños y levantar del sofá a aquellos ciudadanos y ciudadanas que perciben un haz de humanidad en la frialdad del gobernante.
El miedo, por su parte, ha sido el hilo tocado por la izquierda para frenar los caballos de los castigadores. El dóberman en los tiempos de Felipe consiguió abrir en el corazón de los obreros la úlcera sangrante por la venganza franquista en los lazos rotos de sus familiares. Con esa estrategia electoral, el votante emocional votó desde la herida con el objeto de evitar probables paralelismos entre la derecha democrática y la franquista.
En esta campaña, una vez más, ha vuelto a salir, como cabía esperar, la apelación al miedo que tanto beneficio otorgó a la izquierda en los tiempos de González.
La crisis económica ha sido el argumento perfecto de la derecha para persuadir el sentido común de aquellos votantes que ajenos al corazón votan desde la razón. La comparación demagógica de tiempos pasados con escenarios futuros ha sido el primer gazapo económico que la derecha ha sabido introducir en la ignorancia colectiva junto con la reducción absurda de las múltiples causas de una crisis sistémica a la figura de Zapatero. En el país de los ciegos el tuerto es el rey. Esta frase de la sabiduría popular recoge las claves de la probable victoria del Partido Popular.
La España de Aznar, o dicho de otro modo, el país de las grúas y los ladrillos. La España de la alegría sustentada por los hilos ficticios de la riqueza. El país que se metió de forma unilateral, a pesar del grito unánime de la pancarta, en la dudosa guerra de Irak, es la tierra prometida de Don Mariano a la ignorancia colectiva.
Don Alfredo ha intentado borrar la pizarra de Zapatero. Sí aquella pizarra que ambos han compartido y cuyos alumnos han sido testigos de sus paralelas explicaciones. El continuismo de Rubalcaba ha sido, sin duda alguna, el último error de ZP. El dedazo de Alfredo en detrimento de Chacón fue el primer sapo que tuvo que digerir la militancia socialista ante las críticas kantianas reiteradas a la famosa carpeta azul de José María. La lección histórica del fracaso de Almunia como segunda parte de Felipe, o dicho en otros términos, la fórmula fracasada del continuismo no sirvió de escarmiento al anfitrión de la Moncloa para mover la ficha acertada.
Desde la reflexión más profunda es momento de mirar a nuestro interior y saber a quien le otorgamos la legitimidad de manejar los hilos de nuestra función. La soledad del votante reside en renunciar a una parte de su libertad individual con el objeto de poder vivir de forma civilizada y cumplir con las exigencias de su contrato social.
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