La vida, creo, está llena de etapas. A lo largo de nuestro andar pasamos por ellas muchas veces sin siquiera notar cuándo cambiamos, para siempre, de una a otra y eso, sin duda, afecta el cómo vivimos o disfrutamos los años, pocos o muchos, que existimos en éste pequeño y diminuto punto azul.
Es por eso que aislarnos del mundo con cierto intervalo de tiempo puede ser enriquecedor o de ayuda para despejarnos un poco de la contaminación emocional a la que estamos día a día expuestos. Eso hice hace algún tiempo y fue curioso ver la campaña publicitaria del té londinense Twinings que, de manera surrealista, invita a sus consumidores a tomarse un tiempo para ellos mismos.
Incluso fundadores de algunas religiones, nos narran las historias, se separaron del mundo para prepararse a su misión o descubrirla. Y es que es bueno irnos a algún tipo de desierto imaginario ya que pese a lo que digan no hay nada como la soledad y el silencio para reflexionar, planear y, sobre todo, valorar y prepararse para afrontar los retos y ataques a los que por el hecho de vivir en una sociedad estamos expuestos. En mi experiencia bastaron dos días de total aislamiento del mundo y tres, primero, de separación del ambiente social que me afectaba. Y es que primero tuve que separarme radicalmente para después recurrir a una especie de oasis en medio de la ciudad [una casa de retiro católica] por recomendación de un muy buen amigo. Y aunque pudiera pensarse que me fui a encerrar a algún retiro espiritual no lo fue: solo llegué, caminé por los jardines, pensé, leí, contemplé la naturaleza... todo en total silencio y soledad sin ningún bombardeo de cosas de fe o algo afín. El objetivo de dicha casa no es otro más que brindar una atmósfera austera y sencilla con el fin de eliminar factores de distracción buscando favorecer con ello la interiorización y el encuentro con uno mismo. No tuve que decir si era o no creyente y mucho menos me cobraron un centavo por utilizar sus instalaciones todo el día. Solo me presenté, dije que quería [
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