Dos películas de estreno inminente cuentan historias distintas, pero las dos tienen como protagonistas a personajes que se enfrentan a una soledad provocada por el desdén de quienes les rodean.
Precious, de Lee Daniels, es la película independiente del año. O por lo menos eso dicen los numerosos premios que viene cosechando y su más que probable presencia entre las nominaciones de los Oscar. Sin duda, que esté producida por una de las mujeres más poderosas de la comunicación en Estados Unidos (y, no lo olvidemos, una de las más relevantes en la comunidad negra), contribuye a esta repercusión poco habitual en una película de estas características. Pero la presencia en los créditos de Oprah Winfrey no debe ensombrecer los valores de una historia que, si bien cae a veces en el discurso políticamente correcto que lastra sus posibilidades como historia creíble, finalmente contiene más aciertos de los que se pudieran preveer.
Precious es, básicamente, un cuento urbano sobre un patito feo (buena elección de la protagonista, aunque la simpática Gabourey Sibide no aporte toda la profundidad que el personaje requiere) que más que vivir, sobrevive en un ambiente amenazador en el que su hogar no es el refugio, sino el peor lugar: un padre que la ha dejado embarazada dos veces y una madre que no es la madrastra del cuento, pero es igual de hijadeputa.
Aunque se la ha tachado de telefilme convencional, Precious consigue trasladar con acierto esa soledad que vive un personaje aislado por la falta de afecto, aunque los tics visuales de su director frustren algunas de sus secuencias más interesantes. Y este cuento de patito feo que encuentra una cierta esperanza al final de camino tiene, sobre todo, un elemento fundamental: la impresionante y dolorosa interpretación de Mo'Nique como la madre castradora, incapaz de dar lo que nunca ha tenido, cómplice de los abusos de su marido. Desde luego, si el año pasado la corta intervención de Viola Davis en La duda mereció una nominación al Oscar, el monólogo de Mo'Nique en Precious ante una Mariah Carey que piensa que por aparecer sin maquillaje ya es una actriz del método (nos hubiera gustado más la primera elección, Helen Mirren, protagonista de la anterior película de Lee Daniels, Shadowboxer), merece la nominación y el Oscar. En todo caso, lo que más molesta de Precious es ese tufillo a marketing de las penurias afroamericanas que tan bien han sabido rentabilizar personajes como Oprah Winfrey o Tyler Perry, aunque sea a base de fagocitar productos de interés como éste.
Otra historia de soledad es la espléndida película chilena La nana, ganadora del Colón de Oro en el Festival de Cine Iberoamericano y recolectora de premios por donde va pasando. Esperemos que la Academia de Hollywood también valore esta pequeña, sencilla pero contundente propuesta que tiene en su personaje principal, una criada herida por la falta de cariño, su principal aliciente. El trabajo de Catalina Saavedra (a la que por cierto hemos podido ver recientemente en el bodrio de Fernando Trueba El baile de la victoria) es de esos que te dejan clavado en la butaca, y logra hacernos igualmente antipático, simpático, conmovedor, odioso... a un personaje complejo que tiene comportamientos de auténtica psicopatía.
Pero el guión, espléndidamente trazado por Sebastián Silva y Pedro Peirano, nos acaba mostrando la soledad de una nana que solo consigue encontrar el cariño de los niños de la familia en la que trabaja. Un cariño efímero, mentiroso, como afirma una de las criadas que pasan por la casa ("Antes que te des cuenta crecen, se van y si te he visto no me acuerdo. Ingratos de mierda"). Pero el mejor soporte del perfecto retrato de la protagonista es el que se hace de la familia, una típica familia burguesa que no trata mal a su criada, sino todo lo contrario, pero que ha acabado abduciendo la vida de la protagonista sin hacerla por supuesto partícipe de su propia vida. Y ese es el mejor recurso para establecer la contradictoria psicología de esta nana inolvidable.
Pero La nana también es una película que deja algo de esperanza, aunque sepamos que la soledad de su personaje principal nunca tendrá solución.