Ante el peligroso ataque a la unidad de los españoles y a la democracia parlamentaria que ha lanzado ese fenómeno de masas que es Podemos, hay que exigirle al PP y al PSOE sentido de Estado para que participen en un próximo gobierno de coalición presidido por Albert Rivera.
Es el único nexo posible entre esas dos ideologías racionalistas, pero enemistadas, que deben ofrecerle sus mejores y más honrados políticos para que gobierne con el máximo consenso: junto con Ciudadanos suman 253 de los 350 diputados del Parlamento.
Podemos es un peligro aunque muchos españoles indignados con los dos grandes partidos no sepan o no quieran saber que han caído abducidos por su líder, gurú y chamán.
Es una anomalía como todos los comunismos, fascismos, militarismos y populismos derivados del uso del corazón y la pasión, no de la lógica y de la reflexión.
El neocomunismo populista de Podemos, como su antecesor chavista – las ideas, gestos y palabras de Pablo Manuel imitan al espadón venezolano—, es fascinante: ofrece amor, imágenes de felicidad y justicia, además de poesía joseantoniana, que es el moderno fascismo latinoamericano.
Recuérdese que más que en Fidel Castro, Chávez se inspiró en Juan Domingo Perón, posfascista admirador de Mussolini y de José Antonio, el fundador de la Falange, cuya tumba en el Valle de los Caídos visitaba regularmente tras exiliarse en la España de Franco.
Nuestro nuevo Perón-Chávez-Maduro tiene gran poder de seducción al multiplicarlo las televisiones que lo han convertido en un predicador que genera multitud de renacidos, convertidos a su secta.
Sus creyentes no calculan las consecuencias de sus propuestas, que además de provocar la ruina -- promete gasto haciendo que huyan las inversiones y el dinero--, intoxican la mente.
Recuerda al Reverendo Jim Jones, que en 1978 llevó al suicidio a 912 miembros del “Templo del Pueblo”, su comuna comunista y secta religiosa en la ciudad que creó, Jonestown, en Guyana, al lado de Venezuela.
Un país con cinco siglos de historia común no puede verse sometido a la fe irreflexiva frecuentemente fanática de una minoría de creyentes que se proponen “conquistar el cielo”, y que cambian de objetivos cada pocos días, según se le ocurra al jefe.
Por eso, seguramente se quedarán en poco dentro de cuatro años si las fuerzas de la razón se unen a un liderazgo centrado, equilibrado, como puede ser el de Rivera, que ampare las principales aspiraciones de las dos ideologías que crearon y mantienen las democracias.
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SALAS