Revista Cultura y Ocio
Contiene la sombra una parte considerable de uno mismo y, al tiempo, no nos incumbe en absoluto, rehusa representarnos, ninguna de sus atribuciones morales apareja alguna nuestra. Tan escasa o nula consideración le tenemos que fascina su presencia cuando la miramos en detalle. No se ofrece a voluntad, precisa de la injerencia del sol para que despliegue su esplendor antiguo e incomparable. No ha variado jamás. Es la misma sombra del primer hombre. Concurre el mismo sol. Irrumpe con la misma nobleza. No flaquea, no se compunge ni amilana. Va a lo suyo. No sabemos bien qué sucede debajo suya, ignoramos la sustancia de la que está hecha.