Recuerdo que aquel verano al igual que los tres anteriores, me pilló trabajando en el “Pub Centro”. A ti eso nunca te lo dije, pero con el dinero que ganaba echaba una mano en la economia familiar y me ayudaba a pagar la carrera de periodismo.
Mi jefe solía celebrar selectas fiestas privadas después de cerrar y para algunas de ellas me pedía que me quedara; a lo que yo aceptaba encantada, ya que mi vida social era bastante tediosa y aburrida.
En una de esas noches apareciste tú por el pub junto a un amigo, y yo, me fijé en ti de inmediato; en tu cuerpo alto y desgarbado; en tu pelo negro y perfectamente desordenado. Entraste sonriendo, luciendo una dentadura blanca y estratégicamente alineada dentro de una seductora boca. Dirigiste la mirada hacia la barra, y me encontraste allí observándote como una tonta.
Entonces se me detuvo el corazón y el tiempo.
Te acercaste y me pediste un ron Pampero con Coca-Cola y mi número de teléfono, y de los nervios se me cayó encima tuya la copa y toda mi vergüenza.
A veces la vida te pasa por delante desapercibida, hasta que de repente en un segundo, te cruzas por el camino con esa persona que será el truco que te hará creer para siempre en la magia.
Así fue conocerte Víctor; llegaste a mí como el olor de un libro nuevo, en el que aprendería a leer un lenguaje que solo tú serías capaz de escribir con tus dedos sobre mi piel.
Así fue como descubrí también, que en el espejo de tus ojos nunca era mi cuerpo lo que desnudaba, sino el alma. Y que tu mirada podia conservar intacta la calma, mientras yo era tormenta sobre tus manos fuertes y seguras.
Empezamos a vernos cada día. Pasabas con la moto a recogerme después del trabajo y nos íbamos casi siempre directos a tu ático, una maravillosa obra circular de arquitectura, bordeada por completo de cristaleras que se fundían con el cielo sobre la ciudad.
Cuando llegábamos ya habías preparado con esmero apetitosas cenas, aunque los dos preferíamos pasar directamente al postre.
Me bastó poco tiempo para darme cuenta de que el sexo para ti era como un juego en el que tú imponías las normas; pero es que a mí me encantaban todas y cada una de tus partidas.
Una noche encima de la cama vi preparado un maravilloso conjunto negro de lencería y medias con liguero. De fondo sonaba el piano de Ludovico, y la luz estaba orientada hacia un biombo en el lado izquierdo del cuarto.
Me pediste que me pusiera detrás de éste y me desnudara despacio. En la tela se iban proyectando las sombras de mis sensuales movimientos y saber que tenías que imaginarme así, me excitaba muchísimo.
Cuando me estaba poniendo el liguero apareciste; te arrodillaste frente a mí sujetándote fuertemente a mis caderas, y comenzaste a lamerme las piernas sobre las medias desde los pies hasta llegar al vértice húmedo de mi cuerpo. Me arrancaste el tanga y con tu lengua invadiste por completo el mismo centro de mi existencia; no paraste hasta conseguir que me deshiciera como el humo de un cigarro en tu boca. Me cogiste en brazos porque estaba temblando, y me tendiste sobre la alfombra. Allí, en el suelo, perdí la cuenta de las veces que tocamos juntos el cielo.
Y aunque lo nuestro solo durara lo que tardó en llegar el invierno, contigo conocí el deseo que seguiré pidiendo siempre a todas las estrellas fugaces.
Y al universo.
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