Revista Cultura y Ocio

La sonámbula. Miquel Molina

Por Mientrasleo @MientrasleoS
 
La sonámbula. Miquel Molina
     "La policía está demasiado atareada como para atender denuncias por crímenes en los que no hay cadáver, ni móvil, ni siquiera la certeza de que se ha cometido un crimen. La atención que te prestan decrece cuando admites que sólo tienes suposiciones y les hablas de la inquietud que te causan dos rostros parecidos como dos gotas de agua."
     Adoro el cine, particularmente esas viejas películas en blanco y negro que sigo poniéndome algunas noches. Por eso me llamó la atención esta versión femenina de La ventana indiscreta en la que James Stewart había sido sustituido por una elegante mujer. Así que me compré el libro y hoy traigo a mi estantería virtual, La sonámbula.
     Conocemos a Marta, una bailarina retirada por lesión que se dedica a dar clases de danza. En el momento en que la conocemos, está de baja por una mezcla entre ansiedad y depresión y apenas sale de casa. Por eso es a quien recurren para pedir ayuda cuando su vecina de abajo sufre un ataque y, por eso también, el hijo de la fallecida vecina le pide ayuda para alquilar el piso de su madre, comenzando entre ellos una curiosa relación.
     Desconozco si aquella adolescente de hace siglo y medio que conocí en Una flor del mal podría ser esta mujer en la cuarentena que protagoniza La sonámbula, pero el caso es que Miquel Molina se mantiene en el difícil papel de dar a su libro una voz narrativa femenina y, una vez más, suena natural y no impostado. Recupera también alguno de los temas tocados en su primer libro pero, aparte de eso, es una novela contemporánea marcada por los problemas actuales y salpicada de pequeños toques para cinéfilos.
     Marta no es solo Marta, también fue Ginebra, aunque no durase mucho. Sus padres, cuando tenía cinco años, intentaron cambiarle el nombre, pero no prospero. Sin embargo es un nombre del que no se ha despedido nunca y que ha intentado utilizar siempre para su propia satisfacción. Y es que, dentro de cada persona, habitan muchas en realidad, exactamente igual que dentro del edificio de la calle Bruc en el que vive Marta, vivirá aventuras más que suficientes sin necesidad de salir de su casa. Marta se encuentra aunque no lo diga, en plena crisis de los cuarenta. Quizás no una de esas a las que estamos acostumbrados en novelas y películas de personas que se niegan a afrontar su edad, sino precisamente en una que es todo lo contrario. Le toca enfrentarse a todo lo dejado por el camino, a su carrera frustrada como bailarina, a sus parejas y exparejas (algunos siguen siendo amantes ocasionales de noches perdidas), a las primera arrugas que se ven en el espejo del baño y, sobre todo, a tomar decisiones. Eso no significa que la protagonista  no haya tomado otras decisiones antes, su cambio, por ejemplo, en las rutinas de baile y su reinvención como profesora, es un claro ejemplo de ello. Pero el amor será una de sus asignaturas pendientes, un amor al que siempre se enfrentó con la coraza de dos o ninguno para evitar no ya perder, sino simplemente, temer perder. En este complicado momento se encuentra cuando su vecina sufre el ataque y es requerida para su auxilio de tal modo que, cuando se la llevan al hospital, está en ese universo desconocido que es una casa ajena que, por estar vacía, permite miradas indiscretas. Así descubre libros, venenos caducados y también una melena rubia que asoma en una cama.  La mujer no tiene más que un hijo y, salvo los fines de semana, vive sola. Por eso cuando Fidel, el hijo, le pide ayuda para alquilar el piso se presta a ello. No solo por el atractivo del arrendatario, también por el misterio a resolver. Un misterio que le abrirá las puertas a un mundo tan ajeno como extraño y perturbador en el que descubrirá más de un secreto que igual hubiera preferido no conocer.
     Dejando de lado todos estos elementos de la trama, me ha sorprendido la meticulosidad de Miquel, que no introduce nada al azar ya que cada palabra, cada objeto, irá cobrando su importancia y encontrando su lugar en la historia, como si de un puzzle se tratara. Hay además dos simbolismos permanentes que son la astronomía, en la humana creencia al mirar las estrellas de verlas siempre en el mismo lugar, pese a que incluso la tierra está siempre cayendo, como dicen en un momento dado en la novela. Y por otro lado el sonambulismo: el de la propia protagonista que no os explicaré el significado que tiene para mí ya que eso sería dar demasiados datos. Y la unión de ambos en un antiguo libro en el que una joven viaja en sueños a otros planetas, como si fuera una pequeña licencia poética que se autopermite el autor.

     La sonámbula es un libro que se lee rápido, no por tener un gran misterio, sino por la curiosidad que suscita en el lector. Una novela llena de personas perdidas, con miedos e inseguridades que tienen que seguir avanzando. Quizás porque no me gustan las etiquetas me ha parecido inclasificable más allá de narrativa contemporánea, pero hay que reconocer que es refrescante enfrentarse a novelas distintas. Me ha gustado.
     Y vosotros, ¿con qué libro comenzáis la semana?
     Gracias.

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