
Todo lo que tenía ocupaba los dos cajones de la mesilla de noche y en un hueco de la pared, un retrato de juventud con Ismael, su novio.
Era feliz en un mundo interior lejano al nuestro, envuelto en recuerdos y vivencias de una época en que las horas se vivían dejando las huellas enterradas en las tierras arrendadas y una limonada al caer la tarde era un exquisito manjar.Había crecido con el aroma de los laureles, con el sabor del guarapo. Con ese cielo limpio y lleno de estrellas, que ahora extrañaba.
Deambulaba por la casa de arriba abajo. Con la escoba, deslizando sin recuerdos el manejo de sus manos.
Las naranjas de la china adornaban la alacena cada Navidad. Ella las colocaba en la mesa convirtiendo en un lienzo el mantel bordado. Cuando se fue, quedó dormida en sus sábanas blancas y sueños olvidados.
Texto: María Estévez