Revista Cultura y Ocio
En 1944 apareció en Madrid, en los Cuadernos de Literatura Contemporánea del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, el breve volumen poético La sorpresa (Cancionero de Sentaraille), de Gerardo Diego. Eran apenas cuarenta poemas que no volvieron a publicarse en libro y que constituyen una rareza dentro de la bibliografía del cántabro.Se perciben en él muchos ecos italianos (hay composiciones ambientadas en Pisa o en Roma), así como reminiscencias de Miguel Hernández (en el poema Sí que quieroresulta imposible no pensar en el vate oriolano cuando Gerardo Diego repite una y otra vez el verso “Yo quiero ser hortelano”), pero sobre todo se observa la limpieza elegante con la que el santanderino se movía en el terreno de la métrica y la rima, obteniendo resultados siempre notables. En ese ámbito se permite muchas variantes (polimetría, rimas arriesgadas), sabedor de que su dominio técnico es elevado y que el lector no saldrá fatigado ni decepcionado de sus páginas.Sobre tres de las composiciones del volumen me gustaría llamar la atención. La primera es Celos, donde Gerardo parafrasea a Gustavo Adolfo Bécquer para explicarle a su amada que ambas (la poesía y ella) se encuentran unidas en su corazón (“Poesía no eres tú. / Sois tú y tú, las dos distintas. / Os llevo una a cada lado. / No tengáis celos, mis vidas”); la segunda es el juguetón poema A, EME, O, ERRE, en el que se divierte urdiendo versos con las palabras que brotan de la permutación de esas letras (amor, Roma, ramo, Omar, mora); la tercera, en fin, es un socarrón texto humorístico donde el vate quiere referirse a cierta hortaliza famosa por sus capas verdes y lo comienza así: “Yo no me atrevo a nombrarla /por si estropeo la estrofa. / Tú sabes que el nombre es árabe / y que rima –es claro– en ofa”.
Incluso en sus volúmenes menores, como es el caso, Gerardo Diego consigue ser un poeta digno, serio y con destellos de calidad. Lo tenemos más olvidado de lo que merecía.