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La sospecha

Publicado el 29 abril 2011 por ArÍstides

LA SOSPECHA

NI HIERBA EN EL TRIGO, NI SOSPECHA EN EL AMIGO. Anónimo

La guerra de Iraq en el 2003 me sirve como ejemplo de lo que trataré de explicar. Algunas naciones fueron a la guerra con la disculpa de que este país ocultaba armas de destrucción masiva. No existía la certeza, pero cabía la posibilidad, y el hecho de que apareciera fue motivo para insistir en la misma certeza. En la decisión de declarar la guerrra primó la posibilidad. En la actualidad ocurre lo mismo con las listas electorales de Bildu. No hay certeza (de haberla estarían detenidos por colaboración con el terrorismo) de que entre los nominados a ediles haya personas que conspiren contra el Estado. En ambos casos, que pongo como ejemplo, prima el bien común y el principio de prevención, pero no la objetividad del hecho.

En las sociedades rurales de antaño era a la inversa. Las probabilidades quedaban para las previsiones meteológicas que pudieran influir sobre la cosecha. El resto era ponderable. En una sociedad tan compleja como la contemporánea las certezas quedan diluidas en favor de las probabilidades. De hecho, ese es el meollo de los juegos de azar, tan de moda hoy, la especulación bursátil o el ámbito de actuación de los seguros. En realidad todos sabemos que las posibilidades de ganar siempre las tienen quienes manejan la probabilidad, entre otras cosas porque bajo sus argumentos se desarrollan los hechos. Aún sabiéndolo, son muy pocos los que ahorran lo que podían destinar a los seguros y capitalizan con ello sus propios riesgos, y menos quienes han pedido a sus seguros de vivienda que les reduzca la pólíza porque el valor de sus casa ha bajado en los últimos años.

Estamos en una sociedad que no se edifica sobre realidades objetivas. Lo hace bajo el paraguas de la suposición y la creencia. La sospecha llevó a algunos a una guerra y la misma sospecha hace que se fijen acciones preventivas por aquello de que es mejor que lamentar. Por eso se mató a un joven brasileño en el metro de Londres cuando estaba instalada la paranoia del terrorismo islámico y por eso mismo los americanos crearon la base de Guantánamo. En todos los casos pudieron existir probabilidades (no sabemos en qué grado), pero no existían certezas. Primó el principio de la prevención y de la urgencia para justificar las atrocidades en los lugares de los hechos.

La habilidad de los políticos estuvo en justificar que no había más opciones. En resumen, era necesario y no existía la posibilidad de elección, cuando lo que estaba en juego era el bienestar colectivo. La precaución y la búsqueda de la certeza pasó a un segundo plano. No pensemos que esto es exclusivo de la política. Observemos cuántas veces despellejamos a terceros bajo suposiciones no contrastadas o cuántas verdades afirmamos basadas en la sospecha que después, una vez desenmascaradas, decimos que se hizo con las mejores intenciones.

Así que…¡cuidado! no es que el Gran Hermano vigile; es que estamos ubicados en la sospecha permanente en la que, además, se puede ser culpable hasta que no se demuestre lo contrario.



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