Revista Sexo

La suerte de elegir

Por Rocastrillo @roabremeloya

 

 Katty Lloyd tiene tres hombres rondándola

    El body guard envió un e-mail a Katty Lloyd en el que adjuntaba una imagen de su despampanante anatomía. En la foto también se apreciaba un rostro anguloso y varonil que resultaba muy atractivo. Ese cuerpo que parecía esculpido por el mejor de los artistas, su virilidad oculta bajo un bañador de marca tipo slip, se plantó cual holograma frente al rostro de Katty en el instante en que vio su nombre en la pantalla del teléfono móvil, al tiempo que el sonido del aparato le indicaba que lo cogiera. Ella se soltó del abrazo de El Chiqui y atendió la llamada.  UNA MUJER PLETÓRICA

                                     

    -¡Hola! Quiero verte esta noche, espetó El body guard, sabedor de que su exuberancia corporal dejaba a las mujeres epatadas.

   En un abrir y cerrar de ojos, Katty evaluó dos factores: el primero es que estaba acompañada y su educación no le permitía plantar a El Chiqui después de haber accedido a invitarlo a su casa. El segundo, la satisfacción que le producía negarse a los deseos de un hombre tan convencido sobre sus dotes de seducción. Firme y segura, soltó un aplastante y seco “no”.

     -¿Así, sin más?, inquirió él, cortado y sorprendido.

     -No puedo quedar hoy, respondió ella en tono de indiferencia.

   -Pues te aviso de que tendremos que aplazar nuestra cita para largo. Mañana me voy a Canadá por asuntos de trabajo, anunció él, esperando una reacción positiva de su parte que no obtuvo.

    -Muy bien. Que te diviertas. Me llamas cuando vuelvas, si quieres, se limitó a contestar ella.

    -Descuida, lo haré. Un beso muy grande, se despidió el body guard.

    -Pásalo bien, expresó Katty antes de colgar.

  Siguió caminando junto a El Chiqui. Solo quedaban un par de manzanas hasta su apartamento. Su acompañante pudo captar que acababa de rechazar una cita con otro hombre aunque no se lo hizo saber. Sin embargo, continuó la conversación sobre sexo que mantenían en el restaurante, insistiendo en su potencia inagotable y en todo el tiempo que era capaz de dar placer a una mujer antes de eyacular, como si quisiera dejarle claro que había realizado la elección adecuada.

   -No hace falta que presumas tanto. Vas a tener la oportunidad de demostrarlo en breve, aseveró ella.

    Nada más entrar en casa y cerrar la puerta, El Chiqui la agarró por la cintura y la estrechó contra su cuerpo, chocando en su pubis el instrumento duro que escondía tras el pantalón. Katty suspiró con gesto cómplice. Él tomó su mano derecha y la plantó en la herramienta enhiesta y candente, mientras le decía a susurros lo mucho que lo excitaba. Se acariciaron entretanto se desnudaban y cruzaban la corta distancia que los separaba del sofá. Hubo pocos prolegómenos en un coito largo y caracterizado por la potencia sexual de la que tanto se vanagloriaba El Chiqui. En efecto, Katty disfrutó de varios orgasmos antes de que él alcanzara el primero y se derrumbara sobre su cuerpo.

    “No ha estado mal, pero no es lo que necesito. Para un simple mete y saca lo hago con un consolador”, pensaba tras separar al hombre de su cuerpo y dejarlo que dormitara en el otro extremo de la cama. “Con lo que me gustan a mi los preámbulos y las caricias... Y para colmo, sin sexo oral...”

    Katty se quedó dormida con esas reflexiones pululando por su cabeza. Dudaba sobre si querría ver de nuevo a El Chiqui, aunque lo que ocurriera no la inquietaba. “Otro más que no es el verdadero", fue su último pensamiento antes de cerrar los ojos.

   A la mañana siguiente, nada más abrirlos, dirigió su mirada al teléfono móvil que reposaba sobre la mesilla de noche y descubrió satisfecha que tenía dos mensajes de otro amante ya conocido y nada desdeñable: EL MUSCULOSO. Dejó su lectura para luego y se recostó sobre el torso de El Chiqui. Él, como suele ocurrir a muchos hombres, se despertó deseoso de pasar la mañana atravesando el cuerpo moldeado de la hermosa y refinada dama que la red había puesto en su camino, y con la que soñaba cada noche desde que mantuvieran la primera cita. La había conseguido a la cuarta y ahora lamentaba que hubiera ocurrido en un día laborable, que tuviera que marcharse en breve y sin tiempo para obsequiarla con las caricias que, según creyó intuir, ella requería en silencio. Intentó concertar una próxima cita antes de irse, pero Katty no se la concedió. Tenía demasiados compromisos sociales, familiares y laborales como para perder el tiempo con amantes que no llegaran a satisfacerla por completo. Además, estaba segura de que pronto quedaría con El Musculoso. Aunque en ambos casos se trataba solo de sexo, se congratulaba de la suerte de poder elegir al compañero de cama que más placer le proporcionaba. 

 


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