Otra de las reflexiones que nos merece este asunto de los galardones, es la manía de premiar a un autor cuando ha fallecido o al final de su vida, como ha sucedido con Francisco Brines, que ha recibido el Cervantes a los 88 años. Eso, en todo caso, le viene bien a los editores y libreros que venden todo lo que tenían escondido.
Cuentan que el último poemario de Louise Glück, reciente premio Nobel, se puede encontrar en 166 librerías, cuando sus anteriores obras, antes de obtener el prestigioso galardón, apenas podías encontrarlas en 15 librerías de todo el país, lo que nos aclara un poco el tirón que implica verse agraciado con esa lotería. Todo es cuestión de suerte, que alguien te encuentre, que alguien te valore, que no se pierda en un cajón lo que hace que otros se emocionen. Hace un tiempo, después de pasar por la Universidad de Vitoria y mientras esperaba a una de mis hijas me metí en la sección de libros de unos grandes almacenes. Yo iba buscando el libro de una autora a la que seguía en facebook y sí, lo encontré, tenían alguno por casualidad, pero deslumbraba el derroche publicitario de uno de los últimos libros de Ken Follet. ¿Cien libros? Tal vez, doscientos, sobre una plataforma iluminada, como si te ofrecieran el libro de tu vida, como si te lo dieran ya leído, como si se tratara de algo imprescindible y necesario, que sí, que a lo mejor lo es para Kent Follet o para la editorial, o para el vendedor, pero que nos lleva a deducir el gran negocio que es para unos pocos, frente a la necesidad de descubrir a tantos otros con tantas historias que contar. ¿Quién puede recibir con alegría un premio tan importante, cuando te han ninguneado todos los que te promueven y te venden? ¿Quién te premia a los 88 años y qué interés esconde?
Se supone que premiamos para alentar al autor a que siga componiendo, no para recordar a los familiares y amigos del difunto lo bueno que fue en vida. Y con Brines les dejo, que al menos brille por lo que compuso, que merece la pena:
Si pudiera elegir de todo lo vivido algún lugar, y el tiempo que lo ata, su milagrosa compañía me arrastra allí, en donde ser feliz era la natural razón de estar con vida.
Francisco Brines
Aquel verano de mi juventud
Y qué es lo que quedó de aquel viejo verano
en las costas de Grecia?
¿Qué resta en mí del único verano de mi vida?
Si pudiera elegir de todo lo vidido
algún lugar, y el tiempo que lo ata,
su milagrosa compañía me arrastra allí,
en donde ser feliz era la natural razón de estar con vida.
Perdura la experiencia, como un cuarto cerrado de la infancia;
No queda ya el recuerdo de días sucesivos
en esta sucesión mediocre de los años.
Hoy vivo esta carencia,
y apuro del engaño algún rescate
que me permita aún mirar el mundo
con amor necesario;
y así saberme digno del sueño de la vida.
De cuanto fue ventura, de aquel sitio de dicha,
saqueo avaramente
siempre una misma imagen:
sus cabellos movidos por el aire,
y la mirada fija dentro del mar.
Tan sólo ese momento indiferente.
Sellada en él, la vida.
Hay veces en que el alma
se quiebra como un vaso,
y antes de que se rompa
y muera (porque las cosas
se mueren también),
llénalo de agua
y bebe,
quiero decir que dejes
las palabras gastadas, bien lavadas,
en el fondo quebrado
de tu alma
y, que si pueden, canten.
En Para quemar la noche (antología, 2010).
"Como si nada hubiera sucedido."
Es ese mi resumen
y está en él mi epitafio.
Habla mi nada al vivo
y él se asoma a un espejo
que no refleja a nadie.
En Jardín nublado (antología, 2016).
Premio Nacional de las Letras Españolas, el Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana