Revista Cultura y Ocio

La taberna del tigre blanco

Por Orlando Tunnermann

LA TABERNA DEL TIGRE BLANCO

Los yertos valles de Hermisende, azotados por una nevada impía, se habían cubierto de un espeso manto albo, como de piel de armiño.
Amancio se detuvo dubitante ante la puerta cerrada de la taberna del tigre blanco. Esperó fuera unos minutos, pese a la inclemente cellisca que había barrido las calles de Lubián y que ahora avanzaba hacia Hermisende con sus garras heladas y aliento invernal.
Se aseguró de que nadie le observara y forzó el herrumbroso candado que clausuraba la entrada. El aire confinado del interior le recibió con una cálida caricia invitadora. La vieja y polvorienta gramola arrumbada en un rincón umbroso y señero le embriagó de recuerdos. Amancio cerró los ojos, abotargados de tanto llorar, y por un instante pudo vislumbrar la curvilínea silueta de Esmeralda, su mujer, danzando bajo los focos giratorios de colores adormecidos.
Una manita pequeña y blanca tomó la suya, tirando de ella con urgencia acuciante. Amancio abrió los ojos. A su lado descubrió a la pícara pecosa pelirroja que le había robado el corazón cuando Esmeralda se fue para siempre. Amanda era tan risueña y hermosa como su madre.
Le sonrió, extirpándole la tristeza, y salieron juntos del fantasmagórico local, dejando a Esmeralda en compañía de los ángeles que ahora velaban por ella. 

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