“La vida no es un estar ahí ya, un yacer, sino un recorrer cierto camino; por tanto, algo que hay que hacer —es la línea total del hacer de un hombre”(1). De modo que vivir, cumplir con lo que la vida humana exige para ser propiamente tal, supone estar haciendo alguna clase de tarea, añadir, día a día, nuevo bagaje a lo ya acumulado en el camino hacia el objetivo de alcanzar a ser lo que sentimos que tenemos que ser. Este ser no nos viene dado ni prefijado, como a los demás seres del universo, sino que tenemos que elegirlo nosotros. “Ese ser que el hombre se ve obligado a elegirse es la carrera de su existencia”(2). Y desde el virtual punto de llegada a ese objetivo que, para ser, hemos de alcanzar, emite su llamada dentro de nosotros mismos. Esa llamada, esa voz que reclama cumplir con la tarea que nos exigimos para llegar a ser el que sentimos que tenemos que ser es la vocación. Pero ese objetivo por cumplir no es algo realmente existente, sino que está en nuestra imaginación, y puesto que la vida es caminar hacia ese lugar imaginado, podemos decir que la vida es obra de la fantasía. Los hombres vivimos porque tenemos imaginación. Para llevar a cabo esa tarea fantástica cuenta el hombre, desde luego, con generosa ayuda: el mundo, el mundo real, pone a la vista la trayectoria existencial de muchas personas que han realizado ya su vocación, su objetivo de llegar a ser lo que tenían que ser. No es necesario seguir la trayectoria estrictamente individual de esas personas, sino poder tener una idea general, un esquema de lo que esas vidas han sido: tales hombres fueron médicos, tales otros abogados, policías, políticos, psicólogos… El individuo que quiere tener claridad sobre su vocación puede representarse el modo en que tales personas han llevado a cabo su tarea, para así poder escuchar la voz interior que quede evocada a la vista de ello. El camino que hay que seguir a partir de entonces lo denominamos “carrera”. Hay tareas que no son propiamente “carreras”; son las que denominamos “oficios”: albañilería, fontanería, conductores de autobuses, cajeras de supermercados… “Se llama «carreras» a los esquemas sociales de la vida en que predomina el hacer espiritual—intelecto, científicos; voluntad, políticos, hombres de acción; imaginación, poetas, novelistas, dramaturgos— y «oficios» a aquellos en que predomina el hacer de la mano, la mano de obra”(3). Habrá que dejar no del todo resuelta la cuestión de si la vocación hay que referirla más bien a las carreras, es decir a las actividades en las que predomina el hacer espiritual, porque entonces los oficios se llevarían una cuota exigua de la imaginación que hemos entendido como ingrediente esencial de la vida. Estarían estas tareas más cerca de las que hay que hacer para sobrevivir como organismos biológicos, y quedaría entonces por cubrir en las personas dedicadas a ellas la parte de lo que se ha de ser que cubre la imaginación y que es lo que mejor caracteriza la vida humana propiamente dicha. ¿Habrían, en tal caso, los titulares de los oficios de buscar cómo activar esa llamada vocacional que en ellos quedaría en principio latente, si quieren cumplir los requisitos necesarios para vivir más humanamente? Aun dejando la cuestión sin resolver –que es lo que hace Ortega–, parecería que así es, que se necesita incrementar la sensación de estar en la tarea de vivir con algún otro tipo de actividad que sobresalga por encima de las tareas mecánicas o las estrictamente atenidas a la supervivencia. Porque si no, la falta de atención a esa llamada interior que sigue latiendo por debajo de esas tareas repetitivas y de supervivencia puede transmutarse en sensación de falta de sentido en la vida. Lo que sí dice Ortega es: “Si la vida no es la realización de un proyecto, la inteligencia se convierte en una función puramente mecánica, sin disciplina ni orientación”(4) Por otro lado, “la vida es una trayectoria individual que el hombre tiene que elegir para ser. Mas las carreras son trayectorias genéricas y esquemáticas: cuando se elige una por vocación, el individuo advierte muy bien que, no obstante, esa trayectoria no coincide con la línea exacta de vida que sería, en rigor, su precisa, individual vocación”(5). Muchos aspectos de la carrera profesional tal y como es ofertada por la sociedad, no interesarán a aquel que la elija, además de que, en sentido contrario, no llega a cubrir todos los asuntos llenos de matices personales sobre los que, a la hora de incorporarlos a nuestro programa de vida, también actúa la llamada interior. Y otra cosa más: la especialización ha escindido las carreras en múltiples ramales, haciendo perder la idea de conjunto en los saberes y provocando que vayan perdiendo atractivo, y el profesional, apego a lo que hace. En este sentido, la carrera va adquiriendo los caracteres que eran propios de los oficios, destinados ambos entonces a ser meras ocupaciones laborales cuyo objeto es asegurar la supervivencia biológica. De esta manera, la posibilidad de hacer viables las vocaciones se encuentra sometida hoy en día a serias dificultades. Lo cual repercute desfavorablemente sobre la fortaleza espiritual de los individuos, que dejan de experimentar que su vida esté dirigida hacia finalidades que les permitan sentir que están en camino hacia la realización de propio ser o, en suma, que su vida tiene sentido. El aturdimiento con drogas, diversiones simples pero excitantes y las múltiples ventajas y comodidades que ofrece la sociedad del bienestar pueden circunstancialmente estar taponando la herida anímica que esta mecanización de la tarea de vivir conlleva. Y quizás sea una situación, la que se ha creado al respecto, que podamos entender como un mal endémico en nuestra cultura actual.
[1] O y G: “Sobre las carreras”, O. C. Tº 5, p. 167. [2] O y G: “Sobre las carreras”, O. C. Tº 5, p. 168. [3] O y G: “Sobre las carreras”, O. C. Tº 5, p. 170. [4] O y G: “Meditación de la técnica”, O. C. Tº 5, p. 357. [5] O y G: “Sobre las carreras”, O. C. Tº 5, p. 171.