El toro es patrimonio medioambiental de nuestra comunidad; su supervivencia en un entorno natural no debe estar ligada a su explotación y tortura en una plaza.
Ayer leí un excelente artículo aquí en NOCREASNADA,“Toros: Homenaje a la humillación para morir” de Wolfus, que ha hecho que me pregunte ¿que tipo de normativa de protección al animal existe actualmente? He leído algo al respecto y creo haber entendido que la normativa estatal excluye de manera taxativa los festejos taurinos a la hora de prohibir el maltrato de los animales, por lo que no reconoce al toro como merecedor de derechos. Me parece algo inhumano, la verdad. Esta falta de voluntad de las administraciones de sentar precedentes de protección para todos los animales hace que muchos casos de maltrato y sadismo queden impunes por las lagunas legislativas.
La legislación aplicada al toro en nuestro país (Real Decreto 145/1996) sirve únicamente para regular la forma de tortura y evitar fraudes que desluzcan el espectáculo. Es decir, el tamaño del arpón de las banderillas, los puyazos del picador o cuántas veces podrá ser clavada la espada en el cuerpo del animal antes de pasar a la puntilla. Leer esto me resulta de una asombrosa frialdad, por no decir de una preocupante falta de humanidad. Parece que se esté hablando de un objeto en vez de un ser vivo que sufre dolor.
El Artículo 75 del Real Decreto 145/1996, de 2 de febrero, dice que, “cuando debido a su mansedumbre una res no pudiera ser picada en la forma prevista, el Presidente podrá disponer el cambio de tercio y la aplicación a la res de banderillas negras o de castigo”. En estas banderillas negras, el arpón tiene una longitud de ocho centímetros. Lógicamente, cada comunidad desarrolla su propio Reglamento de Espectáculos Taurinos Populares. En la comunidad de Madrid es el Decreto 112/96.
Deberíamos entre todos conseguir que las corridas de toros pasasen a la historia. Una encuesta reciente arroja datos que dicen que casi el 70% de la población está ya en contra de ellas. Pero, claro, para esto necesitamos que los partidos políticos se involucren en un apoyo real y valiente ante la injustificadamente llamada fiesta nacional, y por otra parte, los medios de comunicación tendrían que ser más sensibles igualmente con este tema.
Muchos, evidentemente se agarran a las tradiciones como justificación de actos como este, pero, si lo pensamos bien, ¿qué son las tradiciones? Costumbres, y como tales, sólo deberían mantenerse cuando nos enriquezcan ética y moralmente. En el caso de los festejos taurinos la tradición más bien nos envilece.
La historia de la humanidad está repleta de tradiciones terribles que a lo largo de la historia han atentado contra seres humanos y animales. En la India, hasta hace muy poco, las viudas eran incineradas vivas junto al cuerpo del esposo; a las niñas chinas les vendaban los pies para impedir así su crecimiento; en Inglaterra se practicaban luchas entre perros y toros y entre osos y lobos donde se apostaba dinero. Sin embargo, afortunadamente, estas tradiciones o costumbres han ido desapareciendo gracias al progreso, a la ética y la evolución positiva del ser humano.
Es verdad que aún se mantienen tradiciones brutales como la mutilación sexual de las niñas en algunos países africanos o cocer vivos a perros para aprovechar mejor su carne en países asiáticos, pero esto es España y se supone que somos un país moderno, civilizado y culto, y aún así para vergüenza de muchos, las corridas, los toros embolados de fuego, las becerradas, el torneo del Toro de la Vega en Todesillas que no es sino un evento de origen medieval siguen llevándose a cabo, festejos todos ellos donde estos animales sirven de diversión a las gentes de los pueblos que se ensañan con ellos.
Por otra parte, el mundo del toro es un sector deficitario. Su financiación es cubierta por las subvenciones de las diversas administraciones. Sin estas subvenciones y ayudas la fiesta taurina desaparecería en poco tiempo.
En Cataluña, siempre más avanzados en derechos y cultura, el Parlament prohibió las corridas de toros en 2010, no obstante una sentencia del Tribunal Constitucional declaraba incompetente a la cámara catalana para tal atribución. Aún así, la plaza de Barcelona no ha vuelto a abrirse desde 2011. La tauromaquia representa la perversión, la españolada, el oscurantismo anacrónico y refractario de una sociedad anclada en el pasado.